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1. Códices y Codicología

1.9. Los facsímiles de códices medievales

Un códice manuscrito es un unicum y por ello su valor es incalculable, ya que en caso de deteriorarse o perderse no se puede reemplazar. Por eso la mayoría de las bibliotecas restringen el acceso a sus manuscritos más valiosos. Entonces entran en conflicto el deber de preservación del patrimonio histórico que tienen las bibliotecas y el deber de difusión y de servicio al público.

Afortunadamente en la actualidad disponemos de una buena cantidad de códices medievales en edición facsímil.

Según la definición del Institut International du Livre en Facsimile (ILFAC):

Un facsímil es la reproducción técnica y mecánica, con el máximo grado de eliminación del trabajo de copiar a mano, de un modelo único, prácticamente bidimensional, con la mayor conservación de los elementos interiores y exteriores y con el empleo de todo método técnico disponible, que garantiza la conservación y difusión del original para satisfacer tanto los intereses científicos como los artísticos. Un facsímil tiene que sustituir al original para la ciencia y para la bibliofilia en la mayor medida posible.

La palabra facsímil deriva del latín “fac simil”, que quiere decir “haz similar”, que ya es bastante expresiva de por sí, o sea, la reproducción más fiel posible de un original en su estado actual. Esto significa reproducir tanto el tamaño como el contenido con todos sus defectos y marcas del tiempo. Un facsímil no puede quitar, añadir o corregir nada.

El primer facsímil de la historia se remonta a 1697. En aquel año el historiador del Derecho Heinrich Günther Thülemayer y Johan Friedrich Fleischer reprodujeron mediante planchas de cobre un manuscrito del rey Wenceslao que contenía la Bula de Oro. Para la época se trató de un logro sin precedentes.

El avance más significativo en la historia del facsímil tuvo lugar en el siglo XIX con el desarrollo de una nueva técnica de impresión que se beneficiaba de los progresos de los métodos fotográficos. Se trata del procedimiento de la litografía, inventada por el impresor checo Senefelder, que utilizaba piedras impregnadas de cera que posteriormente se sometían a un proceso químico de ácido cítrico y, reveladas por sistemas fotográficos, se imprimían posteriormente sobre tórculos y primeras máquinas de tipografía. Una evolución subsiguiente del procedimiento de impresión es conocida como colotipia, y hacía posible la reproducción de los tonos intermedios de la fotografía, o sea, los tonos grises. A partir de ese momento ya se pudo prescindir de las planchas realizadas a mano y la imagen fotográfica se convirtió en la base del trabajo del impresor.

(Retrato de Aloys Senfelder, inventor de la litografía.)

Ya después de la Segunda Guerra Mundial este procedimiento fue adoptado por la Akademische Druck- und Verlagsanstalt de Graz (Austria), que inició además una nueva dirección con la introducción del proceso de offset, sobre planchas de cinq, que a partir de entonces es el método dominante en la reproducción facsimilar de libros históricos.

Todas las ediciones facsímiles son en sí mismas magníficas, y de gran ayuda para el investigador. Pero entre ellos se pueden distinguir dos grandes apartados. En el primero encontramos los facsímiles fotográficos: se trata de reproducciones fotográficas a tamaño real de todas y cada una de las páginas de un manuscrito, que pueden estar en color o en blanco y negro. El segundo tipo es el de los conocidos a veces como “pseudo-originales”, “casi-originales” o de alta calidad, que cuidan hasta el mínimo detalle para aproximarse lo máximo posible al original, incluyendo la estructura material del manuscrito (cuadernos), rotos y original.

La producción de estos facsímiles de alta calidad o “casi-originales” es un fenómeno relativamente reciente desarrollado a partir de la década de 1970. En la actualidad tiene una extensión considerable, y en todo el mundo existen editoriales especializadas en la producción de estos objetos exquisitos.

Pero no nos engañemos: incluso con todos los medios a nuestro alcance “la realización de un facsímil es costosa, ya que requiere muchas horas de trabajo realizado por profesionales altamente cualificados y una inversión previa muy considerable en equipamiento técnico.

El primer paso de la producción consiste en tomar fotografías del original con una cámara especial y bajo condiciones estrictas que aseguren que el original no se verá negativamente afectado. Lo ideal es tomar las fotografías con el libro desencuadernado, de modo que siempre que sea posible se aprovecha el momento en el que el manuscrito esté siendo restaurado.

Las placas fotográficas que se obtienen se transforman en película de impresión mediante un escaneado, digitalizando la imagen y los colores. Para cada color básico se crea una película, y donde no se logra el resultado deseado se retoca a mano. Esta fase del trabajo se ha aligerado mucho en los últimos años gracias a la fotografía digital.

Luego viene el tratamiento del oro y la plata, que ni las diapositivas ni el escáner son capaces de reconocer como color propio, y que consecuentemente requieren un tratamiento específico. De hecho, antes de poder aplicarlos hay que realizar un trabajo parecido al de las técnicas medievales, aunque con máquinas de última generación que posibilitan en mascarilleado de cada una de las impresiones crisolgráficas, para poder pasar luego a realizar los grabados de cinq que mediante técnicas de calor permiten la fijación al soporte en máquinas específicas para tal efecto.

A continuación se inicia un intenso trabajo de pruebas de impresión que se van comparando con el original, para comprobar y corregir los colores, de manera que se obtenga un resultado óptimo.

Una vez alcanzada la calidad satisfactoria se inicia el proceso de impresión, que normalmente se realiza en máquinas de diez colores y que requiere a su vez varios ensayos. Primero se combinan el azul y el amarillo, a los que luego se añade el rojo y los otros colores básicos hasta completar los colores directos hasta en número de diez, de modo que la semejanza con el original sea perfecta. Posteriormente se superpone el negro y la cola especial que recibirá los metales preciosos en el último paso de la impresión. Finalmente, se aplica la pátina para asemejar el facsímil al original, incluso en su aura de siglos.

Todo el trabajo que sigue a la impresión se realiza minuciosamente a mano: se recortan los pliegos para conformarlos al estado actual del manuscrito, y finalmente se cosen y encuadernan con las técnicas, los materiales y los diseños del pasado del original.

Tras estos complejos y caros procesos tenemos un bellísimo producto, resultado casi paradójico de una mezcla de tecnología punta y hacer artesano, y que constituyen un instrumento valiosísimo para el investigador, ya que solamente una edición que reproduzca íntegra y perfectamente el manuscrito original puede proporcionar la visión de conjunto que se requiere para el estudio de los múltiples aspectos dignos de atención que presenta un códice, sin poner en peligro la integridad del original.

(Facsímil del "Apocalipsis de Valenciennes", de la editorial Orbis Mediaevalis.)

Pero además el facsímil tiene otra ventaja, y es que permite a las bibliotecas adquirir de forma complementaria códices facsimilados, tanto para completar su colección como para permitir el acceso a los manuscritos más importantes. Gracias a ellos, un investigador de la universidad de Colorado Springs o de la Complutense de Madrid, por ejemplo, puede estudiar manuscritos custodiados en la British Library de Londres o en la Bibliotheque Nationale de París simplemente desplazándose a su biblioteca local.

Pero incluso el coleccionista privado puede crear su propia biblioteca y reunir en ella los mayores tesoros bibliográficos de la humanidad, al alcance de todos los bolsillos, ya que la mayor parte de las editoriales especializadas en facsímiles ofrecen descuentos muy considerables cuando el facsímil está aún en estado de proyecto.

Finalmente, hay que señalar que cada facsímil va acompañado de un volumen de estudio exhaustivo del códice realizado normalmente por un equipo de especialistas en distintas disciplinas, que ofrece las claves para comprender el códice en sus diversos aspectos, como son el contexto cultural de la creación del códice, su historia concreta, la descripción codicológica, la transcripción del texto original y su traducción y la descripción de los programas iconográficos.

Pero no todo son ventajas. Desgraciadamente nunca será posible disponer de la totalidad de los manuscritos en edición facsímil. Los criterios de reproducción adoptados por las editoriales especializadas se basan fundamentalmente en la importancia artística del manuscrito, en su estado de conservación y en la posibilidad de acceder al mismo.

De todos modos, la sensación incomparable que produce tener un manuscrito medieval entre las manos no la proporciona el facsímil. Los procedimientos actuales no permiten reproducir la textura rugosa del pergamino en el lado donde había estado el pelo y suave en el lado de la carne, ni las irregularidades en el grosor, ni las ondulaciones que produce el material. Y por supuesto ante el facsímil uno echa de menos ese olor característico.

Pero, ¡quién sabe! ¡Igual dentro de unos años hasta eso se ha conseguido!