Para llevar a buen fin su cometido, el copista necesitaba una serie de utensilios. Estos se conocen relativamente bien, ya que han llegado hasta nuestros días numerosas representaciones de copistas e iluminadores, sobre todo porque es muy común que las copias de los evangelios empiecen con un retrato del respectivo evangelista en actitud de escribir.
Sin embargo, a la hora de estudiar los instrumentos del copista a través de este tipo de fuentes hace falta cierta cautela, ya que los modelos iconográficos se mantienen estables, incluso cuando la realidad ya ha evolucionado, así que es muy posible que en este tipo de ilustraciones haya mucho de “chiclé”.
La elección del instrumento escriptorio (esto es, el instrumento con el que se escribe) dependía básicamente de la naturaleza del soporte.
Si este era una tablilla encerada, de arcilla o de pizarra, en la que se escribe rascando una incisión, se usaba un estilo (stilus, graphium, grapheîon) de metal, hueso o marfil, que era un instrumento largo y puntiagudo por la extremidad que servía para escribir y plano y en forma de paleta por la otra, para poder cancelar el texto mediante rápida frotación.
Para escribir con tinta sobre “soportes blandos” (papiro, pergamino, papel) era necesario otro tipo de utensilio, capaz de almacenar un poco de tinta y soltarla paulatinamente sobre el soporte.
Los griegos importaron de los egipcios tan pronto como mediados del siglo VII a.C., junto con el papiro, el pincel. Los primeros pinceles eran un junco (iuncus maritimus) de unos pocos milímetros de diámetro y de unos veinte centímetros de longitud, que se cortaba al sesgo en una de sus extremidades y se masticaba para separar las fibras vegetales, de manera que al mojar esta extremidad en la tinta, quedaba impregnada de ella y después el escriba iba depositando esa tinta sobre el papiro.
Pero en Grecia el pincel fue desechado tempranamente y sustituido por una simple caña vegetal más gruesa, rígida y hueca, acaso por influencia mesopotámica. El cálamo (calamus, arundo, canna, fistula, kálamos), que así se llama a la caña preparada para ser usada como instrumento escriptorio, se tallaba en una de sus extremidades de forma apuntada, lo que la hacía más flexible. La tinta quedaba recogida en el cañón de la caña y fluía después sobre el soporte escriptorio a través de una pequeña incisión o canal (crena) que se practicaba en sentido longitudinal.
A partir del siglo IV d.C. se conoce en Occidente un instrumento muy similar, pero elaborado a partir de una pluma de ave (penna), que como primera operación se despojaba de las “barbas”. Las más cotizadas eran las largas plumas de la punta del ala izquierda de un ganso, porque la curvatura de la pluma del ala izquierda se acomoda perfectamente en la mano derecha en el acto de escribir.
Y durante mucho tiempo el cálamo y la pluma de ave convivieron hasta el punto de que los dos vocablos terminaron por ser usados indistintamente, sin tenerse en cuenta su origen etimológico y significado primigenio.
Una parte importante del tallado de la pluma (de caña o de ave) es la forma que se daba a su punta, a la que se denomina plumín. Esta quedaba dividida en dos partes por la crena o canal por el que fluye la tinta, y las dos partes podían ser simétricas o asimétricas.
Pero si la punta es ancha la rapidez con la que el copista puede escribir disminuye sensiblemente. En este último caso puede además suceder que la punta de la pluma esté tallada en horizontal, de modo que el corte sea perpendicular a la crena, o en ángulo, y en este último caso que la inclinación sea hacia la derecha o hacia la izquierda. Cuando las aletas del plumín son simétricas, como en la escritura carolina, los trazos horizontales resultan finos, los verticales gruesos y los oblicuos medianos, mientas que el corte en bisel hacia la izquierda produce trazos oblicuos de arriba a la izquierda a abajo a la derecha (\) muy gruesos, los oblicuos de abajo a la izquierda a arriba a la derecha (/) muy finos y los horizontales y verticales medianos, como sucede en las escrituras góticas. El sesgo hacia la derecha confiere a la escritura un aspecto uniforme y sin contraste notable, como en la escritura itálica.
Para tallar la pluma se utilizaba una navajita o cortaplumas (praeductale, novacula, culter, rasorium), y como en el curso de la escritura la pluma sufría un continuo desgaste, que se puede observar en numerosos manuscritos, se hacían necesarios continuos afilamientos con el mismo cortaplumas o con una piedra de afilar (cos) o pómez (pumex) o algún sucedáneo artificial.
Cennino Cenini (ca. 1370-ca. 1440), en su Il libro dell’arte, escrito antes de 1437, describe de la siguiente manera el proceso de preparar la pluma:
Se ti bisogna sapere come questa penna d'oca si tempera, togli una penna ben soda, e recatela in su il diritto delle due dita della man manca, a riverscio; e togli un temperatoio ben tagliente e gentile; e piglia, per larghezza, un dito della penna per lunghezza; e tagliala, tirando il temperatoio inverso te, facendo che la tagliatura sia iguali e per mezzo la penna. E poi riponi il temperatoio in su l'una delle sponde di questa penna, cioè in su 'l lato manco che inverso te guarda, e scarnala, e assottigliala inverso la punta; e l'altra sponda taglia al tondo, e ridulla a questa medesima punta. Poi rivolgi la penna volta in giù, e mettitela in sull'unghia del dito grosso della man zanca; e gentilmente, a poco a poco, scarna e taglia quella puntolina; e fa' la temperatura grossa e sottile, secondo che vuoi, o per disegnare o per iscrivere.
Si te hace falta aprender como se debe tallar la pluma de ganso, coge una pluma buena y resistente, y cógela boca arriba entre los dos dedos de tu mano izquierda; y coge un cortaplumas afilado y haz un corte horizontal de un dedo a lo largo de la pluma, y córtalo tirando del duchillo hacia ti, teniendo cuidado de que el corte discurre regular y por la mitad del cañón. Y entonces pon el cortaplumas otra vez sobre uno de los extremos del cañón, digamos sobre el lado izquierdo, que mira hacia ti, y recórtalo en disminución hacia la punta. Y corta el otro lado de forma semejante, en disminución hacia la punta. Entonces dale la vuelta a la pluma y colócala sobre la uña de tu pulgar izquierdo; y con cuidado, muy poquito a poco, recorta y talla el plumín; y puedes hacer su forma ancha o fina, como más te guste, ya sea para dibujar o para escribir.
Y Luis Vives, en uno de sus Diálogos (“La escritura”)1:
Maestro: … Escribimos con plumas de ganso y algunos con plumas de gallina. Las vuestras son muy a propósito porque tienen el cañón recio, largo, limpio y sólido. Quitad las plumillas con el cuchillo y cortadlas algo de la cola; raedlas también por si tienen alguna aspereza, que las lisas son mejores.
Manrique: Yo nunca las traigo sino limpias. Mi maestro me enseñó a ablandarlas y pulirlas con saliva, estregándolas en el sayo o en las calzas.
Maestro: Buen consejo es.
Mendoza: Enséñenos a cortas las plumas.
Maestro: Lo primero cortaréis por entrambas partes el cabo de la pluma, para que quede con dos horquillas; luego haréis poco a poco con el cuchillo por la parte de arriba una abertura, que se llama crema; después igualaréis los dos pies pequeñitos, o, si queréis, piernecitas, con tal que el izquierdo sea un poco más largo, porque sobre él estriba la pluma al escribir, y conviene que esta diferencia apenas se pueda percibir. Si quieres apretar mucho la pluma y formar más la letra, tenla con tres dedos; si quieres escribir con más ligereza, tenla con los dos, pulgar e índice, como hacen los italianos, porque el dedo del medio más que ayudar detiene y templa el curso para que no sea demasiado.
Muchos manuscritos han conservado probationes pennae, esto es, garabatos, dibujos o palabras sueltas, normalmente en las hojas de guarda, que los copistas o lectores realizaban para probar sus plumas.
Los mismos instrumentos, sobre todo el cuchillo, servían para raspar una fina capa de pergamino allí donde el copista había cometido una errata, de modo que esta quedaba borrada. Se han conservado infinidad de representaciones de copistas escribiendo con la mano derecha y sosteniendo el cuchillo en la izquierda.
El copista recogía sus plumas, cortaplumas y piedras de afilar en un estuche que según su naturaleza recibía la denominación de stilarium, graphiarium, theca libraría o calamarium.
Según las Consuetudines Cartusiae de Dom Guigo (quinto prior de la Cartuja, 1127), enumera de la siguiente manera los instrumentos utilizados para la copia de manuscritos:
De utensilibus cellae … ad scribendum vero, scriptorium, pennas, cretam, pumices duos, cornua duo, scalpellum unum, ad radenda pergamena, novaculas sive rasoria duo, punctorium unum, subulam unam, plumbum, regulam, postem ad regulandum, tabulas, graphium. (PL 153, col. 693).
Otros objetos que también podían encontrarse en el calamarium de un copista medieval son:
También formaba parte del recado de escribir por supuesto el tintero (melandokeîon, atramentarium), que podía adoptar diversas formas: una pieza de madera con oquedades o bien un cuerpo cilíndrico de metal o barro.
También servía al efecto de almacenar la tinta un cuerno de ovino, que está abundantemente atestiguado en las ilustraciones.
Para moler la creta y los pigmentos hacía falta además un mortero.
Unos instrumentos curiosos son los marcapáginas estudiados en 1935 por J. Destrez, que dan muestra de la ingeniosidad de los copistas medievales. Uno de ellos consiste en un pequeño disco de pergamino marcado con los números del I al IV que gira sobre sí mismo montado sobre una pieza triangular del mismo material, que corría a lo largo de una cuerdecita. La pieza completa servía para marcar la apertura del libro que se quería señalar, el triángulo de pergamino la altura del pasaje elegido, y el disco el número de la columna donde se hallaba dicho pasaje.
Una segunda modalidad de registro es más sencilla de elaboración, puesto que se limita a una simple tira de pergamino, pero es más compleja en su uso. Solo se ha encontrado un ejemplar.
Destrez sugiere la posibilidad de que el nombre latino de estos artilugios sea cavilla, según un pasaje de origen incierto citadopor Wattenbach en 1871:
Cavilla o cavil es un instrumento que se coloca, a propósito, sobre el ejemplar del que se sirve el copista, para que su presencia determine un pasaje con mayor exactitud y rapidez.
Otros utensilios utilizados para pautar las hojas se tratarán en el apartado dedicado a esta fase de la elaboración del códice y los utilizados en la iluminación en el capítulo sobre decoración.