Una vez tomadas todas las decisiones relativas al diseño de la página y pautados los cuadernos de acuerdo con el plan previsto, se procedía a la transcripción del texto.
La realización de una nueva copia presupone la existencia de un modelo (antígrafo), pero también una “reactividad” dialéctica del copista respecto de él, dialéctica en el sentido de que la nueva transcripción se convierte en el espacio geométrico de una contradicción entre la imitación espontánea del antígrafo y las exigencias del proceso de composición de la copia (apógrafo) en un contenedor nuevo y a menudo bastante distinto del de su modelo. Y al mismo tiempo desde el punto de vista textual, el copista reproduce una secuencia léxica que teóricamente debe ser idéntica a su modelo, con la excepción de las abreviaturas y –acaso– de la ortografía, porque la correcta transmisión del mensaje copiado puede garantizarse exclusivamente por la fidelidad de la transcripción.
El primer paso era determinar el estilo de escritura y el ductus que se aplicaría. Tomada esta decisión, el jefe del taller procuraba proporcionar la información necesaria a los sucesivos miembros del equipo. Tales noticias eran registradas por distintos medios. Por ejemplo, los textos que debían aparecer gráficamente valorados por el rubricator, con frecuencia se escribían en unas letras de pequeño módulo en el margen interior o exterior de la página, de tal manera que una vez encuadernado o refilado el manuscrito resultasen invisibles. Las iniciales objeto de un tratamiento ornamental eran anunciadas mediante las llamadas “letras de aviso”, esto es, el trazado provisional y en pequeño tamaño de los correspondientes signos alfabéticos, los cuales eran colocados en el espacio en blanco previsto para la forma definitiva. A veces se explicitaba el tipo de mayúscula o el color deseados. La indicación de la gama cromática también se encuentra en ilustraciones que han quedado incompletas.
En el ejercicio de su profesión, los mejores copistas demuestran una regularidad en la escritura, que en ocasiones llega a alcanzar tal grado de perfección que es imposible averiguar las interrupciones del trabajo, de modo que la obra aparece transcrita con una uniformidad impecable, incluso en aquellos casos donde ha intervenido más de una “mano”. Pero además de en la regularidad de la escritura la profesionalidad del copista se demostraba en un gran número de pequeñas decisiones que debía tomar en relación con el uso de las abreviaturas o la anchura de los espacios entre palabras para facilitar el paso de la hoja del recto al vuelto o el cambio de fascículo. Apenas se han realizado estudios en este sentido, pero un buen modelo metodológico es el empleado por Frank M. Bischoff (“Le rythme du scribe”, 1996) en su estudio estadístico sobre el evangeliario de Enrique el León.
La escritura es un tipo de lenguaje gráfico que, en su estadio manual, se adquiere y perfecciona mediante entrenamiento. La ejecución de la escritura presupone la intervención simultánea de dos órganos del cuerpo humano: la mano y el cerebro. En realidad, el gesto gráfico no es otra cosa que una perfecta coordinación entre el estímulo neuronal y la respuesta muscular, porque en el acto de escribir se conjugan aspectos musculares y neurológicos. Estos últimos bajo la doble vertiente de la involuntariedad y la voluntariedad.
En cuanto al cerebro, a pesar del estadio aún muy imperfecto de los conocimientos en este terreno, hoy ya se localizan las zonas determinantes en el fenómeno gráfico. En el lóbulo frontal y dentro de él en la región anterior del surco o cisura de Rolando se encuentra la sede de los centros motores primarios. Exactamente en la circunvolución frontal ascendente se sitúan los puntos que condicionan el movimiento de un grupo limitado de músculos: los correspondientes a los miembros superiores (dedos, muñecas, antebrazo, brazo y hombro). El ejercicio de la escritura propiamente dicha ocupa un enclave situado inmediatamente delante y a la misma altura del centro primario rector de los miembros superiores.
La mano ejecuta el acto físico. Acto en el que se verifica una auténtica división del trabajo, una disociación de actividades. Los tres primeros dedos (pulgar, índice y corazón) desempeñan normalmente la misión escrituraria propiamente dicha. Los otros dos (anular y auricular), y el borde interno de la mano, permiten el desplazamiento lateral necesario para trazar los signos de forma más o menos continuada, es decir, de ellos depende la función cursiva.
Existen varias formas de sostener el instrumento escriptorio. Generalmente se distinguen cuatro tipos fundamentales, que son los siguientes:
Y existen otras modalidades fruto de la combinación de las cuatro variantes fundamentales, además de otras formas de transición o anómalas.
Como es natural, la manera de coger la pluma incide sobre el trazado de las letras. Numerosos estudios ponen de manifiesto la importancia de examinar los distintos trazados según las posturas y las condiciones materiales que rodean el acto de escritura, y los resultados obtenidos son bastante concluyentes. Tal vez en un futuro próximo se podrán realizar peritaciones que permitan identificar las manos de los copistas medievales a través del análisis de la producción gráfica conservada.
Sobre la morfología de las letras puede influir también un factor externo, al cual genéricamente calificaremos de social. Este elemento es de extremo interés en el ámbito de la Paleografía, puesto que condiciona el tipo de escritura. En efecto, al ser esta producto de un aprendizaje, se encuentra enormemente mediatizada por el modelo y las circunstancias concomitantes. El medio cultural, la pertenencia a un grupo profesional, la tradición gráfica, la filiación religiosa o política etc., son otros tantos componentes a tener en cuenta en el momento de valorar un testimonio escrito dado. Con frecuencia los datos anteriores aparecen mezclados. En el caso de los copistas profesionales se consigue a veces una pérdida total de los rasgos personales, hasta el punto de que en ocasiones es imposible distinguir manos y también su contrapartida: algunos son capaces de ofrecer un rico polimorfismo. Esta versatilidad y despersonalización son la mejor prueba de su oficio. No obstante, el aspecto laboral aflora. Sabemos que la transcripción es un trabajo penoso y enervante, que exige del copista una concentración mental y una dura tensión física. Pues bien, cuando llega a la meta final es normal que se deje llevar por un deseo irresistible de “défoulement”. En ese momento ejerce su libertad y se puede observar cómo se despoja del corsé de la letra caligráfica impuesta y se lanza por el mundo fantasioso de la escritura cursiva. La mejor prueba son los monocondylia (palabras trazadas de un solo golpe de pluma, es decir, sin separarla del soporte escriptorio).
Del estudio de los distintos factores relacionados con la neurofisiología de la escritura se ocupan la Grafometría y la Grafología. La primera lleva a cabo análisis rigurosos de los componentes mensurables en una secuencia escrita (estructura de las letras, módulo, velocidad del trazado, presión, dirección, etc.). La Grafología aspira a descubrir a través del modus lineandi las tendencias profundas de la personalidad del sujeto ejecutante. Los fundamentos teóricos de la Grafocrítica son válidos, pero las aplicaciones prácticas están aún en estado larvario. Es indiscutible que ambas técnicas, cuando afinen su metodología, pueden ser y serán de gran utilidad en determinados campos, tales como la orientación profesional y la diagnosis médica, pero queda aún mucho camino por recorrer para que las peritaciones y sus resultados sean científicamente verificables.
Copiar un texto es reproducirlo siguiéndolo visualmente. El mecanismo de la copia se basa en un movimiento oscilatorio entre dos planos, a diferencia de lo que ocurre en el caso de la escritura directa, que se desarrolla en uno solo.
El amanuense lee un trozo del texto que se propone transcribir. Esta secuencia, llamada técnicamente perícopa, suele ser de breve extensión, una docena de letras aproximadamente. El movimiento sucesivo consiste en el desplazamiento al soporte escriptorio o plana de trabajo, sobre el cual se trazarán los signos retenidos visual y mnemónicamente. A continuación volverá al lugar de partida (plano del modelo) y allí engarzará en el punto exacto de la cadena gráfica donde se había detenido en la fase precedente.
Este complejo mecanismo ha sido estudiado, entre otros, por el fisiólogo E. Vinaver (“Principle of Textual Emendation”, 1939), quien distingue las siguientes etapas:
Básicamente el proceso es el siguiente: El copista lee un pequeño fragmento de texto, lo convierte interiormente en solidos y retiene esos sonidos en su memoria a corto plazo; luego se dicta a sí mismo las palabras y su mano las plasma sobre el soporte escriptorio. Después regresará al texto modelo, al lugar en donde había abandonado la vez anterior, y repetirá el proceso hasta que haya copiado la totalida. Aunque en aparience esta secuencia de actos es sencilla, lo cierto es que en cada uno de ellos el copista debe superar una serie de obstáculos, y sus posibilidades de cometer errores son muy altas.
El proceso comienza, pues, con la lectura de un pequeño fragmento del texto original. Aquí, cuando el movimiento de retorno al plano del original se realiza incorrectamente, surgen las faltas que nos atreveríamos a llamar de empalme. El fenómeno, habitualmente conocido con el nombre de “salto de ojos”, consiste en que el agente, al iniciar de nuevo la primera fase del acto de la copia, fija su vista erróneamente en un punto diverso de aquel que acaba de transcribir. Esta equivocación se basa en una falta de atención, la mayoría de las veces justificada por la repetición, en el curso del texto, de palabras o frases idénticas o, al menos, similares (homoioteleuton). En el movimiento pendular modelo-plano de la copia-modelo hay que retornar al punto de origen o término A. Cuando no sucede así, se parte de otro lugar, término B. Generalmente este tipo de equivocación es de carácter progresivo; los ejemplos regresivos, de repetición de lo ya escrito, son más raros. Normalmente la confusión se produce cuando hay un parecido formal en pasajes cercanos. No obstante, se dan casos en lugares relativamente distanciados. Las transposiciones nacen como consecuencia de una omisión parcial del texto. Son fragmentos más o menos largos que el copista o un corrector inserta bien marginalmente, bien desplazados, al comprobar su falta. En posteriores copias es habitual que se incluyan, sin que se respete la disposición originaria. Los tres tipos de errores de empalme aquí esbozados (omisiones, repeticiones y transposiciones) se caracterizan por su extensión, mientras que las equivocaciones de ejecución afectan tan solo a algunas letras o a una palabra concreta.
Otro tipo de errores que el copista puede cometer en esta fase son las denominadas modificaciones internas o rumor semántico, que abarcan un conjunto de manipulaciones susceptibles de alterar el contenido de un texto. Lo que ocurre básicamente es que el copista lee en su texto modelo basicamente lo que espera encontrar, por lo que a menudo leerá palabras que le son familiares, en lugar de palabras similares que sin embargo desconoce.
El segundo momento de este proceso es de naturaleza mnemónica. En el pliegue llamado “curvado” del lóbulo occipital tiene su asiento el centro fijador de las palabras leídas. Bien es verdad que en este caso la duración de su permanencia es casi imperceptible: el tiempo que media entre la lectura del modelo y su inmediata plasmación sobre la hoja; no obstante, la capacidad de retención del individuo se pone en juego. Si esta es deficiente de forma permanente, por motivos de cansancio o por un mal cálculo de la dimensión de la secuencia textual o perícopa, se cometen errores que una vez incluidos en el ejemplar son difícilmente localizables e imputables a una deficiencia mnésica. En la mayoría de los casos las faltas evidencian una influencia psíquica de los conceptos familiares o afectivos del copista.
De igual modo que la lectura es global, otro tanto acontece con el mecanismo de la memoria, la cual tiende a fijarse en lo esencial y deja a un lado lo que ella considera redundante, tales como ciertas palabras de valor puramente estilístico, partículas invariables, etc. Asimismo se produce con frecuencia un fenómeno de “traducción mental”. Un significante se registra en tanto que significado y en el momento de escribir se cambia por otro significante de sentido afín. Deliberada o involuntariamente se introducen normalizaciones gráficas de tipo morfológico o sintáctico, sustituciones léxicas y otras modificaciones similares.
Por último, cabe mencionar en este apartado las interferencias de la memoria –cuando sobre un pasaje determinado se impone otro similar que aflora en la mente del copista– y los puros lapsus solo imputables a la psique del profesional, bien nacidos del subconsciente o provocados por las circunstancias del momento.
En la siguiente fase, las palabras almacenadas en el centro de retención cerebral son repetidas, en forma de autodictado, por el escriba de una manera silente. En esta fase se reflejan sus rasgos peculiares de pronunciación, es decir, las particularidades fonéticas del copista. De aquí nace el número más elevado de faltas encontradas en el texto. Se pueden considerar como de carácter auditivo. Esta etapa también existe en el momento de creación. Si comprobamos la naturaleza de muchas de nuestras equivocaciones, veremos que tienen esta motivación.
Finalmente, la acción manual constituye la última fase del proceso. El órgano rector determina, con admirable sincronía, la intervención neuromuscular que materializa el acto de la escritura. La mano obedece a unas instancias superiores y, en teoría, el circuito se cierra. Sin embargo, esta obediencia no es ciega. A veces la mano no responde con precisión a las órdenes recibidas y, como consecuencia de esta indisciplina, surgirán rasgos involuntarios. Particularmente cuando se trata de nexos gráficos complicados. En tales circunstancias, por inadecuado control de los reflejos motores, se producirán trasposiciones, simplificaciones (haplografías) o repeticiones (diplografías). Estos son los lapsus calami sensu stricto. Como en los casos anteriores, su índice numérico estará condicionado por las características físicas y psíquicas del escritor, puesto que el problema se reduce a una disfunción.
En el apartado anterior hemos visto que durante el proceso de copia el texto puede sufrir diversos tiops de modificaciones imputables a descuidos o errores involutarios del escriba. Pero estas modificaciones no son las únicas que pueden darse en durante la transmisión textual. De otros tipos de modificaciones el copista es absolutamente inocente, y todavía existe un tercer tipo de modificaciones del que el copista es totalmente responsable en cuanto que es la causa directa y de forma consciente.
Para empezar, cabe distinguir entre los múltiples tipos de deterioro del soporte material (rumor material) que pueden incidir sobre la calidad del texto (lo que los italianos denominan “patología del libro”) y las eventuales modificaciones internas producidas en el mismo.
Contra la integridad material del ejemplar manuscrito pueden atentar unos agentes físicos y/o biológicos que mutilan o convierten en ilegibles porciones más o menos extensas de un manuscrito, dando lugar a lagunas, cuya presencia y amplitud es fácilmente reconocible en el ejemplar que ha sufrido los daños, pero más problemático cuando nos hallamos ante copias de un modelo ya defectuoso. Si el copista es escrupuloso, dejará en blanco el espacio aproximado que corresponda a la zona dañada, pero también puede suceder que rellene el hueco por conjetura o recurriendo a otra fuente, o bien que empalme las partes conservadas sin dejar ninguna constancia de la supresión, en cuyo caso solo se podrá reconocer si el pasaje carece de sentido. Especialmente interesante es observar la distancia que separa las lagunas recurrentes, prueba inequívoca de un percance que ha afectado a diversas páginas simultáneamente.
Las alteraciones mencionadas en el apartado anterior son relativamente fáciles de descubrir, puesto que inciden sobre el sentido o la forma del texto en cuestión. Sin embargo, aquellas que se deben a una libre intervención del ejecutante son más difíciles de detectar. Su fenomenología crea una problemática análoga a la que ofrecen las variantes de autor. A continuación pasaremos revista a los cuatro tipos de manipulaciones deliberadas por parte del amanuense.