En el camino que media entre la Edad Media y el presente se han perdido la mayor parte de los manuscritos. Pero aun así se han conservado en cientos de miles.
Y si se han conservado tantos, ¿por qué es tan difícil encontrarlos?
La respuesta la hallamos en la propia definición que hemos dado de manuscrito en un segmento anterior: los manuscritos son objetos muy valiosos, pero también compactos y fáciles de transportar. De hecho, durante la Edad Media y el Renacimiento estuvieron considerados como objetos muy apropiados para regalar a papas, emperadores y reyes, y después han sido objeto de las apetencias de algunos acaudalados coleccionistas. Por ambas razones, no es raro que los manuscritos hayan viajado a países muy lejanos de la tierra que los vio nacer.
Por otra parte aunque los manuscritos son capaces de resistir las incurias del tiempo mejor que otros muchos objetos, deben ser tratados como los objetos preciosos que son. Hay que preservarlos de los cambios bruscos de temperatura y humedad y de la luz excesiva, y por supuesto protegerlos del robo y del vandalismo, lo que requiere instalaciones muy costosas, y de su catalogación y manejo se encargan bibliotecarios-conservadores con una formación muy especializada. Ni lo uno ni lo otro está al alcance de las bibliotecas pequeñas ni tampoco de las más recientes, sea cual sea su tamaño.
Básicamente se puede decir que la presencia de manuscritos en la colección de una biblioteca depende de la historia de esta.
En Europa las grandes bibliotecas manuscritas se fueron formando paulatinamente en los centros religiosos, que también eran centros culturales, especialmente monasterios y catedrales, y a partir del siglo XIII también en las universidades. Asimismo sabemos de reyes y grandes nobles amantes de los libros que llegaron a amasar buenas bibliotecas para su tiempo, como Carlomagno o Alfonso X “el Sabio” de Castilla, aunque estas bibliotecas seglares, al menos durante la Edad Media, nunca llegaron a adquirir el tamaño de las grandes bibliotecas religiosas.
Pero ¿qué ha pasado con esas bibliotecas medievales? Pues algunas de ellas se conservan relativamente intactas, como la del monasterio suizo de San Galo, cuya biblioteca fue reedificada en el siglo XVIII y en la actualidad está abierta al uso público.
O la de la catedral de Colonia, en Alemania, que aunque al presente se encuentra en un edificio moderno conserva una fantástica colección de manuscritos medievales.
Por supuesto, la actual Biblioteca Apostolica Vaticana, es la sucesora de las bibliotecas de los papas medievales y en la actualidad tiene unos 75.000 códices. Y muchas catedrales por toda Europa conservan al menos en parte su antigua colección de manuscritos, aunque a menudo un tanto mermada por las circunstancias históricas.
Pero otras muchas de esas bibliotecas han desaparecido, víctimas de revueltas sociales, revoluciones y, en el norte de Europa, la reforma protestante. Muchos manuscritos perecieron en aquellas ocasiones y otras semejantes, y otros muchos fueron a parar a manos de reyes, magnates y ricos coleccionistas, y algunas de estas colecciones acabaron formando el núcleo de las grandes bibliotecas nacionales que se fueron creando en los siglos XIX y XX. Por ejemplo la British Library de Londres y la Bibliothèque Nationale de France de París recibieron buena parte de sus fondos por este procedimiento. Las fantásticas bibliotecas municipales francesas en la actualidad custodian los manuscritos que en su día poseyeron las catedrales y monasterios de sus respectivas áreas.
En España la Biblioteca Nacional, aunque tiene su origen en las bibliotecas privadas de los reyes Felipe IV y Felipe V, recibió la mayor parte de los manuscritos que en la actualidad conserva durante la serie de desamortizaciones de bienes eclesiásticos que se llevaron a cabo durante el siglo XIX, durante las cuales la inmensa mayoría del patrimonio artístico y cultural de la Iglesia española pasó a ser propiedad del Estado. La colección de manuscritos de la Real Academia de la Historia tiene exactamente la misma procedencia. Y también algunas universidades y por supuesto coleccionistas particulares se beneficiaron de los procesos desamortizadores.
Y en Alemania las propiedades de la mayor parte de las instituciones religiosas, incluyendo sus bibliotecas, fueron confiscadas por el estado durante la etapa Nacional Socialista.
Las grandes universidades europeas fueron adquiriendo su colección de manuscritos de diferentes modos. Las universidades de origen medieval como Oxford, Cambridge, París, Bolonia, Salamanca, etc., cuentan con un núcleo originario que se remonta a la época medieval. Con posterioridad a la invención de la imprenta algunos manuscritos siguieron ingresando en estas bibliotecas por diversos medios, ya que los manuscritos son una fuente primaria de primer orden para investigar los textos clásicos, bíblicos y patrísticos. Por ejemplo, la Universidad Complutense, creada en 1505, posee una colección de manuscritos considerable, cuyo núcleo primigenio fue adquirido por el fundador, el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, para utilizarlos como fuentes en la edición de la famosa Biblia Políglota Complutense.
Otra fuente de ingreso de manuscritos en las bibliotecas de las grandes universidades es la donación. En algunos casos se trata de pequeñas donaciones realizadas por sus profesores y antiguos alumnos. En otros casos, sin embargo recibieron directamente las colecciones completas de instituciones más pequeñas, como seminarios o colegios mayores, que o bien desaparecieron o bien carecían de los recursos necesarios para mantener su colección de manuscritos.
Sobre todo en América del Norte encontramos también un tercer tipo de biblioteca con fondos manuscritos. Se trata de bibliotecas de fundación privada, establecidas por millonarios filántropos y en algún caso coleccionistas. Entre estas bibliotecas destaca la Biblioteca Morgan de Nueva York, y la Biblioteca Newberry de Chicago. A esta misma categoría pertenece en Madrid la poco conocida Biblioteca Zabálburu. Aparte del núcleo originario que estas bibliotecas recibieron de sus fundadores, los fondos manuscritos de estas bibliotecas se han ido incrementando por compras y donaciones. Así, más o menos la mitad de los manuscritos añadidos al fondo de la biblioteca Newberry fueron donación de un sacerdote germano-americano, el padre John E. Rothersteiner, de San Luis. Aunque desgraciadamente donantes tan generosos como este sacerdote no son muy abundantes, y la mayor parte de los coleccionistas particulares mantienen sus fondos, que en general son bastante inaccesibles para los investigadores.
En todas estas bibliotecas encontramos además de manuscritos completos partes de ellos, los denominados membra disiecta (singular membrum disiectum, en latín), que van de un fragmento de una página (a veces una inicial o una ilustración) varios cuadernillos.
En algunos casos fueron los propios libreros o los coleccionistas los que mutilaron los manuscritos, ya que vendidos por hojas sueltas el beneficio económico obtenido era mayor que el de vender el manuscrito completo en una sola pieza. En otras ocasiones los membra disiecta no son más que el resultado de un proceso natural de reciclaje llevado a cabo cuando los manuscritos ya no resultaban útiles. Por ejemplo encontramos fragmentos hojas de pergamino con su correspondiente escritura utilizadas como refuerzo para encuadernaciones de impresos, o incluso en ciertos vestidos.
De vez en cuando, si los membra disiecta son considerables, es posible localizar en distintas bibliotecas los distintos fragmentos y así recomponer, aunque solo sea virtualmente, el manuscrito original.
En definitiva, casi se podría decir que no hay región de Europa que carezca de manuscritos, iluminados o no, y tampoco están ausentes fuera de su continente de origen, de modo que aunque de menor tamaño encontramos también colecciones significativas en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda… y hasta Corea y Japón han llegado también algunos.
Pero entonces ¿cómo encontrarlos? La respuesta, un poco decepcionante, es “depende”: depende de lo que estemos buscando.
Si buscamos un manuscrito determinado y conocemos su lugar de depósito, es fácil: basta ir al catálogo en línea o impreso y localizar la referencia exacta para obtener la “signatura”, que nos dará acceso al manuscrito. Y aquí es necesario hacer un inciso, porque dado que los manuscritos son objetos valiosísimos, las bibliotecas suelen exigir ciertos requisitos a los investigadores para acceder a sus manuscritos, como justificar que se está realizando cierta investigación, o cartas de presentación de un catedrático, o algo así. O sea, que no te vayas a presentar mañana en la British Library de Londres o en la Bibliotheque Nationale de París o en cualquiera de las otras grandes bibliotecas del mundo diciendo que quieres ver un manuscrito iluminado porque estás siguiendo este curso.
Si estamos buscando manuscritos de unas características determinadas, como por ejemplo manuscritos sobre materia médica, o manuscritos originarios de la Península Ibérica, o manuscritos decorados con orlas de flores, eso es otra historia. Antes de poder acceder a nuestros manuscritos será necesario realizar un tedioso proceso de recogida de información por catálogos en línea e impresos e incluso mecanografiados en fichas de cartulina, porque aunque en la actualidad se están digitalizando muchísimos fondos, mucho más queda todavía que solo está accesible in situ.
Pero incluso cuando existen digitalizaciones completas o al menos cuando los catálogos están digitalizados y disponibles en línea, la información está extraordinariamente dispersa, debido a que las distintas iniciativas de crear una especie de bibliotheca manuscripta universalis virtual han sido discontinuas en el tiempo y por distintas razones no han conseguido captar la atención y la voluntad de las grandes instituciones.
Aun así, visitar los sitios web de estas iniciativas puede ser un buen punto de partida, ya que aunque de forma limitada a través de ellas se pueden realizar búsquedas simultáneas en varios catálogos, lo que redundará en un cierto ahorro de tiempo.
Los intentos más importantes de crear esta bibliotheca universalis son los siguientes:
También pueden ser útiles los siguientes catálogos colectivos por países:
Ahora bien, por impresionantes que parezcan todos estos proyectos (y lo son), en prácticamente todas las investigaciones que impliquen localizar manuscritos con unas características determinadas, será necesario una paciente búsqueda a través de los catálogos (en línea, impresos o mecanografiados) de un sinfín de bibliotecas individuales. Para estos últimos hay que tener en cuenta que: