El rollo es simplemente una banda relativamente larga y estrecha de material escriptorio enrollada sobre sí misma para facilitar su manejo y almacenamiento. Aunque generalmente se lo asocia con el papiro como material escriptorio, a lo largo de la historia muchas culturas han producido y utilizado libros en formato de rollo en otros materiales.
El libro en formato rollo puede adoptar dos variantes: desarrollo horizontal y desarrollo vertical.
En el rollo de formato horizontal (lat. volumen) la escritura está dispuesta en “páginas”, es decir, columnas paralelas al eje de enrollado y por lo tanto perpendiculares a la longitud del libro. Para leerlo el rollo se sostiene en horizontal, con las dos manos en paralelo, la derecha sujetando la parte aún no leída y la izquierda la leída. Los ejemplos más conocidos de este tipo de rollo son el rollo clásico greco-romano, de papiro, y los modernos rollos litúrgicos judíos de la Torá, de cuero o pergamino.
El rollo de desarrollo vertical (lat. rotulus) está escrito en una única columna que corre paralela a la longitud de la banda de soporte escriptorio. Para leerlo el lector debe sujetarlo de modo que una mano (en principio la derecha) sujeta desde arriba la parte aún no leída, y la otra, abajo, va enrollando la parte ya leída.
Un ejemplo de este tipo de rollos son los rollos etíopes.
Un tipo particular de rollo es el rollo chino de bambú, seda o papel. Como el chino se escribe en columnas verticales de derecha a izquierda, el lector debía sujetar el rollo en horizontal, con las manos en paralelo; sin embargo, la escritura no está dispuesta en páginas como en el rollo horizontal, sino en una columna única, como el rollo vertical.
El rollo fue el tipo librario por excelencia durante la Antigüedad grecolatina. No ha llegado hasta nosotros ninguno completo de ese periodo, pero conocemos bien su imagen gracias a una abundante documentación escrita e innumerables representaciones figurativas.
El rollo en su período clásico estaba compuesto por una serie de piezas rectangulares de papiro (plagulae), pegadas de modo que el extremo derecho de cada una de ellas se montaba ligeramente sobre el extremo izquierdo de la siguiente. La unión entre ambas piezas se denominaba cólesis. La pieza completa se enrollaba sobre sí misma o alrededor de un eje, que solía ser una varilla leñosa u ósea (omphalós, umbilicus), que se fijaba en uno de sus extremos para reforzar su consistencia. Los remates de la varilla eran llamados cornua y con frecuencia recibían algún tipo de ornamentación. Los márgenes inferior y superior de la banda confeccionada (frontes) eran objeto de un cuidadoso pulimento mediante el empleo de piedra pómez. Un cierre (lora), una etiqueta colgante (síllybos, titulus) y una funda de piel (toga) completaban el precioso objeto.
En el ámbito latino, al principio de la obra, en la primera plagula u hoja (protókollon), cuyas fibras corrían en dirección inversa, se solía consignar el título –o alguna indicación sobre el contenido o autor– tras la expresión Incipit liber… Al final, en la última pieza cuadrangular (eskhatokóllion) se cerraba el texto con la expresión Exlicitus est liber (= “ha sido desenrollado el libro”).
Solamente el lado interior, en el que las fibras del papiro corrían en sentido horizontal, estaba escrito. El texto era dispuesto en sentido paralelo a las fibras horizontales, en forma de columnas (selídes) sucesivas, compuestas por cierto número de líneas (stíkhoi, versus). La dimensión de estas eran calculadas sobre la pauta del hexámetro homérico, que ofrece un promedio de unas 18 sílabas yd e 34 a 38 letras.
Para leer un libro en forma de rollo se sujetaba con la mano derecha y se le hacía girar, al tiempo que la mano izquierda sujetaba y enrollaba la parte ya leída, de modo que al terminar la lectura el libro estaba en la mano izquierda totalmente enrollado al revés, por lo que para volver a leerlo había que “rebobinarlo”.
El volumen desempeñó un papel hegemónico como modelo librario mientras fue portador de obras literarias profanas, pero al extinguirse este cometido quedó limitado, aunque no llegó a desaparecer por completo y sobrevivió en Occidente para usos residuales.
Uno de los ejemplos más idiosincráticos de estos nuevos rollos cristianos son las necrologías y los rotuli mortuorum. Uno de estos está atestiguado, por ejemplo, en Saint-Evroul, donde se guardaba un rotulus longissimus con los nombres de los hermanos difuntos y de sus familiares también difuntos, y en el día del anniversarium general este volumen mortuorum super altare dissolutum palam expanditur1. Los rotuli mortuorum eran rollos2 de pergamino en los que se anunciaba la defunción de alguna persona de calidad (normalmente un eclesiástico, pero no necesariamente); un mensajero iba transportando el rollo por diversas instituciones relacionadas de algún modo con el difunto, y en cada una de ellas se añadía al rollo una dedicatoria con alguna oración u otra expresión de condolencia, tras lo cual el mensajero partía para la siguiente localidad, para regresar finalmente a su punto de partida, tras un periplo que en ocasiones superaba los mil kilómetros.
Junto con los rotuli mortuorum el viejo formato sobrevivió en la baja Italia en los rollos de Exultet, unos textos profusamente decorados que el diácono leía el Domingo de Pascua, al tiempo que los iba desplegando por delante del ambón3.
También las letanías se prestaban bien a ser copiadas en rollos, y de hecho al menos una que intercede por el rey Luis el Germánico y su mujer la reina Emma, decorada con oro y plata, se conservó en Frankfurt4; y sabemos también que algunas poesías estaban copiadas en rollos, puesto que en el prólogo de sus secuencias Notker de San Gall declara:
Quos versiculos cum magistro meo marcello presentarem, ille gaudio repletus in rotulos eos congressit, et pueris cantandos aliis alios insinuavit.5
Otro género literario que fue copiado (aunque de forma muy esporádica) en formato de rollo fue la crónica, puesto que tenemos una copia de la Crónica de Novalesa, del siglo XI, copiada en un rollo de 11 metros de longitud6, y un rotulus historicus de Benedictbeuern, de 8 pies7, ambos incompletos.
Pero finalmente fue el género diplomático el que se demostró mejor predispuesto a adoptar el formato del rollo, a pesar de que en estos casos su disposición fue muy diferente a la de columnas de texto que había sido usual en el período clásico. En estos casos el texto de los documentos se escribía en una única columna, que corría en la misma dirección que la longitud del rollo (de donde recibía el hombre de charta transversa. En este caso había que sosternerlo en posición vertical para proceder a su lectura. Generalmente los ejemplares eran de escasas dimensiones y se limitaban a pocas plagulae, pudiendo estar hechos con papiro, pergamino e incluso papel.
A veces, y con vistas a una mejor conservación, se formaba un rollo facticio por aglutinación de un conjunto de documentos relacionados entre sí desde algún punto de vista. El libro así formado era llamado tómos synkollésimos. Como ejemplo típico se puede citar el rollo de pergamino depositado en el Archivio de San Domenico de Bolonia, de unos 30 metros, transmisor de un proceso judicial. Otro rollo de este tipo se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.
En Inglaterra el archivero de la corte real recibe aún el elocuente título de “Master of the rolls” y algunas universidades todavía otorgan sus diplomas bajo este precioso ropaje.
1. Wattenbach, Das Schriftwesen im Mittelalter, pp. 136-137..↩
2. Los rotuli mortuorum fueron estudiados por primera vez por Léopold Delisle, “Des Monuments paléographiques concernant l’usage de prier pour les morts”, Bibliothèque de l’École des Chartes, 2. Serie 3 (1846), pp. 361-412; y “Rouleaux des Morts du IX. au XV. siècle”, Recueills et publiés pourla Sociétéde l’histoire de France, Paris, 1866.↩
3. Guglielmo Cavallo, “La genesi dei rotoli liturgici beneventani alla luce del fenomeno storico-librario in Occiente ed Oriente”, Miscellanea in memoria di G. Cencetti, Torino, 1973, pp. 213-229; Rotoli di Exulted dell’Italia Meridionale, Bari, Adriatica Editrice, 1973.↩
4. Wattenbach, Das Schriftwesen, p. 136.↩
5. Wattenbach, ibid., p. 139.↩
6. Ed. Bethmann, MGH, SS VII, 73. Cit Wattenbach, ibid., p. 138.↩
7. MGH, SS IX, 210. Cit Rockinger, Zum beier. Schriftwesen, p. 56, and Wattenbach, ibid., p. 138.↩