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2. Formas y materiales del libro manuscrito

2.3. El códice

Códice, en tanto que forma libraría, es simplemente un libro formado por hojas reunidas en uno o más cuadernos, sea o no manuscrito1. Generalmente el o los cuadernos están formados por hojas plegadas en dos (de donde reciben el nombre de “bifolio”) unidas entre sí por medio de un hilo que transcurre a lo largo del pliegue. Se puede por tanto considerar que “códice” entendido como formato librario es equivalente a volumen en tanto que “unidad constituida por un conjunto de cuadernos unidos por la encuadernación”2. No se le debe en cambio confundir con “tomo”, que es cada una de las partes de un texto homogéneo que por ser demasiado largo está dividido en varios volúmenes.

Las partes de un códice son:

Cabeza:
parte superior o anterior del volumen o de la página
Pie:
parte inferior o posterior del volumen o de la página
Lomo:
cara del volumen que corresponde a la costura de los cuadernos
Corte:
cada una de las tres caras del volumen donde aparecen los bordes no cosidos de los cuadernos
Canal (la):
corte opuesto al lomo
Interior:
parte del volumen situado hacia el lomo
Exterior:
parte del volumen situado hacia la canal

El término latino codex (< caudex) significaba en origen “madera” o “tronco”, y se utilizó también para designar a los polípticos de tablillas, cuyo contenido textual se preservaba mediante las planchas externas que servían de tapas o cubiertas.

Evidentemente, las tablillas enceradas debieron ser el modelo en el que se inspiraron los creadores de este nuevo producto. Así parece indicarlo el sistema de unión de las hojas, consistente en perforaciones practicadas en su margen interno –y no en el mismo pliegue como sucedería más tarde– y la existencia de un cuaderno único en una primera etapa. Sin embargo desconocemos el momento histórico exacto en que se produce la innovación técnica de usar un material blando (papiro o pergamino) en lugar de uno duro (madera, marfil).

El paso del rollo al códice

El paso del rollo al códice puede considerarse el fenómeno más importante en la historia del libro, que implica consideraciones no solo de orden técnico-material, sino también social, cultural, ideológico e incluso fisiológico, si tenemos en cuenta también las modificaciones que su adopción causó en el modo de lectura.

El proceso estaba ya completado hacia el siglo IV d.C, pero la transformación fue lenta, gradual y compleja, y desde nuestro punto de vista no demasiado clara. Que había comenzado ya en el siglo I lo prueba el siguiente epigrama de Marcial (Apoph., I, 2, 1-4):

Qui tecum cupis ese meos ubicumque libellos
et comités longae quaris habere viae,
hos eme, quos artat brevibus membranatabellis: scrinia da magnis, me manus una capit.
Ne tamen ignores ubi sim venalis, et erres
Urbe vagus tota, me duce certus eris:
Libertum docti Lucensis quaere Secundum
Limina post Pacis Palladiumque forum3.

O sea, tenemos un testimonio inapelable de que avanzado el siglo I existía ya en Roma un formato librario de cuadernillo de hojas de pergamino protegidas por una tapa de madera, en cierta medida opuesto al formato tradicional del libro. Acaso sea precisamente esta oposición formal al libro establecido lo que explique las dificultades que encontró en sus inicios el nuevo formato (van Haelst 1989).

Sin embargo, el que los códices de Marcial no fueron una extravagancia aislada viene demostrado por los hallazgos egipcios de los siglos I-II, en particular el fragmento de la obra latina De bellis Macedonicis (Pap. Oxy. 30) y el extraordinario testimonio ofrecido por el Pap. Petaus 30 sobre la existencia de una librería ambulante especializada en el comercio del códice de pergamino que poseía al menos 14 códices, según la interpretación que van Haelst hace del término griego membránai. Por otra parte, ya Horacio (s. I a.C.) y Quintiliano (90 d.C.) se refieren también a las membranas.

Del mundo griego nos llega el testimonio de san Pablo, que en su carta a Timoteo le pide que le lleve las membranas (utilizando el término latino) que se había dejado en Troade. A lo que parece se trata de unos cuadernillos de pergamino.

Es precisamente el empleo de un término latino por san Pablo (que escribía en griego) lo que hace pensar que el nuevo formato de libro había hecho su aparición en Occidente. Cavallo (1992), a partir de todos los testimonios literarios a su disposición, deduce que mientras el rollo era el formato librario hegemónico en el mundo griego desde el siglo VI a.C., en Occidente los etruscos habían utilizado la forma de códice al menos en las tablillas de madera. Era muy fácil por tanto que en algún momento el mismo formato de las tablillas se imitase en pergamino, simplemente por el procedimiento de doblar por la mitad unas hojas rectangulares.

El presupuesto de que el carné4 de pergamino (derivado de las tablillas y del que luego nacerá el códice) sea una invención romana, indujo a Roberts y Skeat a proponer la hipótesis de que el códice tenía un origen cristiano. Según esta, en torno al año 100 algunos cristianos habrían asociado el formato de codex a la tradición apostólica: en un artículo de 1954 Roberts se había ya referido al Evangelio de Marcos y a la relación entre la Iglesia de Roma y la de Alejandría. Según Skeats, Marco habría transcrito los relatos de Pedro en el modo usual en su época sobre tablillas de cera, y esas notas se copiaron luego en diferentes formatos, incluyendo cuadernillos de pergamino, con una difusión muy limitada. El hecho de que el Evangelio de Marcos sea el más breve de los cuatro, con solo 16 capítulos, podría explicarse por la pérdida de un último cuaderno del códice que se habría compilado cuando el evangelista regresó a Alejandría. En definitiva, el éxito del nuevo formato librario entre los cristianos descansaría sobre la autoridad del Evangelio de Marcos. Esta hipótesis explicaría por qué la Biblia cristiana emerge en la historia ya en formato de códice y no de rollo. De hecho, la práctica totalidad de los escritos cristianos hallados de alrededor del siglo II tienen un formato de códice, mientras que los paganos de esa misma época están en formato de rollo.

Pero la hipótesis cristiana conllevaba varios problemas, y no precisamente de naturaleza menor. Para empezar el de la composición de los evangelios, continuando con el hecho de que la tradición de la fundación de la Iglesia de Alejandría por Marcos no tiene fundamento histórico alguno.

Consciente de ello, los mismos Roberts y Skeat, en The Birth of the Codex, avanzan la hipótesis de un origen antioqueno, por la importancia de la comunidad de judíos cristianos en Antioquía tras la destrucción de Jerusalén. Roberts y Skeat se basan en un pasaje del tratado hebreo de la Mishnah Kelim en el que se hace referencia a las tablillas apiporin, que ellos interpretan como “de papiro”. Además en esta hipótesis es decisiva la correlación entre el nacimiento del códice y el nacimiento del uso de los nomina sacra5, que de momento es exclusivo en la producción griega y que evidentemente deriva de la costumbre judía. Pero dada la incertidumbre sobre el uso de los nomina sacra en los manuscritos latinos, Roma quedaba excluida de toda consideración como cuna del formato de códice.

Esta nueva hipótesis fue muy criticada desde su formulación. McCormick objetó para empezar que la primitiva comunidad cristiana de Roma era de lengua griega y que el latín solo se consolidó como lengua oficial de la Iglesia a partir del siglo IV. Por su parte van Haelst propone una traducción distinta para apiporin.

Dadas las incongruencias de las hipótesis propuestas por Roberts y Skeat y el hecho de que la comunidad cristiana de Egipto parece haber cobrado importancia solo a partir de los siglos II y III, van Haelst propone un origen romano y pagano para el formato de códice, si bien admite que habría sido la comunidad cristiana de Roma quien más contribuyó a la generalización el formato.

Esta teoría ha encontrado un considerable consenso entre los historiadores que se han ocupado de la cuestión. La discusión se ha trasladado del dónde al por qué. Las razones que se han aducido son de diversa índole:

  • El códice es de más fácil manejo que el rollo
  • El códice es más transportable que el rollo
  • El códice es más resistente que el rollo, que se deteriora rápidamente por las acciones de enrollado y desenrollado
  • Es más fácil leer en un códice que en un rollo y sobre todo es más fácil encontrar un pasaje determinado. Por esa misma razón el códice es un formato mejor para el libro escolar
  • El códice tiene más capacidad, ya que en él las hojas se escriben por ambos lados, mientras que el rollo era escrito exclusivamente en el verso
  • El códice es más accesible desde el punto de vista económico

Siendo válidas todas estas razones de carácter eminentemente práctico, puede existir un motivo sociológico: el rollo había sido el portador de la literatura clásica dominada por la clase senatorial romana. Pero la anarquía del siglo III y las reformas de Diocleciano y Constantino a partir de alrededor del año 300 habían dado lugar a nuevas clases sociales enfrentadas a la clase senatorial y cada vez más influyentes, con unos gustos literarios mucho más vulgares.

Para esa época el cristianismo era todavía una religión minoritaria, aunque ya había comenzado a extenderse. Los cristianos de los primeros siglos procedían sobre todo de clases sociales urbanas humildes que no tenían mucha familiaridad con el libro en formato de rollo, pero que probablemente poseían cuadernillos para sus notas personales, transacciones comerciales o instrucciones de tipo diverso6. Ahí acaso es donde pudieron encontrar el modelo para diferenciar físicamente sus propios libros de los libros paganos (rollos de papiro) y de los judíos (rollos de pergamino).

Y junto a esta existe otra posibilidad. Volviendo a la lista de los códices no cristianos más antiguos ofrecida por Roberts y Skeat7, y a pesar de la variopinta apariencia de los textos, se percibe un cierto patrón: entre los 17 títulos hay dos fragmentos gramaticales, dos Homeros y un léxico homérico, un Demóstenes y un comentario a Demóstenes, así como dos tratados médicos. Al parecer al menos algunos sectores del negocio de la educación tomaron conciencia muy pronto de las ventajas del nuevo formato librario.

Es posible por tanto que en algún momento alrededor del siglo III ambas corrientes, la cristiana y la educacional, convergieron para consolidar el nuevo formato librario: el códice, que una vez olvidada su humilde cuna estaba destinado a convertirse en la quintaesencia del libro, usado tanto para copias personales de uso privado y para los libros más lujosos que puedan imaginarse, teñidos de púrpura y escritos con letras de oro y plata.

Variedades morfológicas del códice greco-latino8

La nueva forma libraría ofrece una rica gama de variedades morfológicas en los primeros siglos de su existencia. Se ha intentado explicar las diferencias materiales que presentan los manuscritos en función de su potencial destinatario y en estrecha relación con el contenido textual. Guglielmo Cavallo (1975) ha estudiado pormenorizadamente las características del códice en sus primeros siglos de existencia según el área geográfica de procedencia.

El códice griego primitivo

Según Cavallo, a partir del siglo IV el códice griego de papiro estaba formado por varios cuadernos, numerados en el margen superior derecho. El tamaño era variable, pero hay una cierta tendencia hacia hojas de grandes dimensiones y de preferencia oblongas (frecuentemente la altura es el doble de la anchura). El texto, cuando era en prosa, ocupaba una sola columna, salvo raras excepciones. La escritura denota un ductus rápido, es decir, de tipo semicursivo. Las páginas ostentan amplios márgenes, los cuales frecuentemente aparecen cubiertos de escolios y comentarios, adelantándose a la tradicional práctica medieval. La encuadernación solía presentar tapas de madera o cubiertas de cuero. Aparte de estos rasgos puramente materiales conviene subrayar un hecho importante: estos ejemplares se utilizaban como instrumentos de trabajo para transmitir textos y autores consagrados, bien con finalidad escolar o bien para uso privado. Esta producción perdura hasta los últimos años del siglo V.

Biblioteca Apostolica Vaticana, Papiro Bodmer XIV-XV, s. III.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/57/Papyrus_75a.gif

Nada más elocuente que contrastar el tipo anterior con las características que ofrece el códice de pergamino. En primer lugar este escasea durante los siglos IV y V, imponiéndose tan solo en el VI. En sus primeros momentos era de forma cuadrada. A mediados del siglo V es moderadamente oblongo. Por lo general el texto se distribuye en dos o más columnas, quedando poco espacio libre en los márgenes, razón por la cual la página muestra una estructura compacta. La nota más característica de esta clase de codex es el empleo de una escritura extremadamente caligráfica y esmerada. En ocasiones el libro presenta ilustraciones. Son pues auténticos objetos de lujo realizados en oficinas y talleres especializados de alto nivel, como lo demuestra la excelente factura de los productos. Tales obras estaban destinadas a una “élite” aristocrática o, al menos, a una clase bien acomodada. Como elocuentes ejemplos se puede señalar el Dioscórides de Viena, encargado por Juliana Anicia, hija de Flavio Anicio Olibrio, emperador de Occidente en el año 472, y el códice ilustrado de la Ilíada de la Biblioteca Ambrosiana de Milán.

Dioscurides. Viena, Biblioteca Nacional de Austria, Ms. Gr. 1.
http://www.galantiqua.com/upload/images/libros/110153.jpg

El códice occidental primitivo

El códice occidental es en sus orígenes de raíz popular. Nace por evolución de las membranae o cuaderno de apuntes confeccionado en pergamino. Por tanto, la distinción entre materias escriptorias y tipo librario, en el sentido arriba expresado, no es tan neta, pues hubo aquí una transformación más honda que en los medios helénicos.

Si dejamos a un lado estas diferencias de orden genético, veremos que los resultados llegan a ser los mismos. Según Cavallo:

Sobre todo hay que subrayar también que en la producción del códice tardorromano –a la par que en la práctica griega, donde el fenómeno ofrece una graduación distinta– el papiro, al no ser ya como en otro tiempo una materia libraría por excelencia, era utilizado o para escribir un texto provisional o también para códices de rango modesto, al menos desde un punto de vista librario, si no desde el punto de vista del contenido (ya que algunos de ellos transmitían ciertamente autores clásicos); en cambio el pergamino, emancipado de su antiguo papel de cuadernillo de apuntes o, todo lo más de libro de viaje (como parecen ser los códices anunciados por Marcial), se había convertido en material “justo” para los libros.

De esta forma, el período entre los siglos IV y VI significaba en todo el mundo romano-bizantino, aunque con una cierta separación diacrónica entre Oriente y Occidente, el paso a una nueva “civilización del libro”.

De Bellis Macedonicis, ca. 100. Londres, BL, Papyrus 745.
Probablemente el fragmento de códice más antiguo conservado.
https://apps.carleton.edu/reason_package/reason_4.0/www/images/311858.jpg

Virgilio Vaticano, s. IV (facsímil, ed. Akademische Druck-u. Verlagsanstalt)
http://www.bl.uk/manuscripts/Viewer.aspx?ref=##

El códice cristiano

Una vez analizadas las características materiales del códice de contenido profano, vamos a bosquejar someramente aquellas propias del mundo cristiano.

Los testimonios más antiguos que han llegado hasta nosotros son de una calidad técnica mediocre, hecho comprensible ya que son obras que no proceden de centros especializados, sino de personas que ocasionalmente actuaban como copistas sin conocer bien el oficio.

Con el reconocimiento oficial de la Iglesia, a los representantes de la naciente religión se les hace patente la necesidad de definir el libro sacro, es decir, de dotarlo de ciertos rasgos peculiares que lo distingan del libro laico. Las principales notas son las siguientes:

  • Utilización del pergamino como soporte propio de los libros cristianos
  • Tendencia a un formato cuadrado hasta finales del siglo IV
  • Forma rectangular a partir del siglo V
  • Disposición del texto en dos o más columnas
  • Escritura de corte caligráfico
  • Primeros intentos de ornamentación

Estas características son válidas tanto para el códice de lengua latina como para el de expresión griega. La única diferencia reside en la morfología de los signos alfabéticos. En el primer caso se usó un tipo e escritura artificioso creada ex professo para este cometido y que responde al nombre de “uncial”. En el segundo se utilizó una clase de letras que, por haber sido difundida especialmente a través de los textos sagrados, ha recibido el apelativo de “mayúscula bíblica”.

Si en los primeros momentos del cristianismo la labor de copiar los textos corría a cargo de miembros alfabetizados de la comunidad, a partir del siglo IV se va perdiendo este ejercicio espontaneo no profesionalizado y empiezan a surgir nuevos centros especializados, llamados scriptoria, más en consonancia con la madurez que va adquiriendo la propia Iglesia en materia de organización. En ocasiones dichos centros dependían de las bibliotecas episcopales y atendían a las necesidades librarías de uso interno. En ellos ya se prefigura la institución monacal que responderá a idéntico nombre. Hay huellas de su existencia en el área greco-oriental desde época muy temprana. Recuérdese la biblioteca de Orígenes, en Cesárea, donde había un equipo de personas expertas en la tarea de confeccionar códices. Aquí fueron elaboradas las cincuenta copias de la Biblia encargadas por Constantino a Eusebio para otras tantas iglesias de reciente creación. Quizá fue un producto de este taller –aunque de finales del siglo IV– el espléndido ejemplar conocido comúnmente bajo el nombre de codex Sinaiticus. En todo caso, refleja bien la tipología y la técnica de un scriptorium cristiano de dicho ámbito geográfico. Este género de producción, destinado a un consumo interno, se perpetuó a través de la biblioteca imperial de Constantinopla e, incluso, se transmitió al mundo árabe.

Codex Sinaiticus. http://static.neatorama.com/images/2009-07/codex-sinaiticus.jpg

La desaparición del rollo9

El triunfo del libro cristiano en el siglo IV, con las características técnicas anteriormente citadas, trae como consecuencia un paulatino declinar del rollo como forma y del papiro como materia. Tan solo una “élite” seguía “consumiendo” textos profanos. Evidentemente las oficinas laicas de producción libraría tenían que optar por desaparecer o adaptarse a las nuevas formas imperantes. Son escasos los ejemplos de esta época que aún intentan recrear los modelos clásicos en su aspecto formal y estilo de escritura. En su mayoría se adecuaron a los nuevos cánones, incluso cuando el texto no era de contenido cristiano. Por otra parte, la clase senatorial, defensora de una tradición de talante paganizante, poco a poco se fue convirtiendo a las nuevas creencias y gustos literarios pues, en efecto, a partir del siglo II la administración del estado había comenzado a centralizarse en torno al emperador, quien se rodeará de técnicos de toda índole, salvo de intelectuales. La anarquía del siglo III y la política fiscal del IV acabaron por arruinar y aniquilar aquella clase social potencialmente lectora. De aquí que, a finales del siglo VI, el público tradicional del libro ya hubiese desaparecido y con él la industria artesana laica. Del hecho levanta acta el profesor Cavallo con estas certeras e irónicas palabras:

Y de esta forma los grupos dirigentes de la sociedad ya no tuvieron en lo sucesivo cultura ni tampoco libros. Dejó de existir un público culto, pagano o cristiano (sus últimos representantes, pertenecientes a la aristocracia, se convertían, en el mejor de los casos, en obispos), el cual fuese un cliente potencial de los libros o un patrocinador de escuelas y bibliotecas.

En resumen, a partir del siglo IV asistimos a un proceso uniformador en todos los terrenos: caen las barreras en lo que respecta a las categorías de lectores, tipos de talleres de producción y estructura morfológica del libro. El final de este proceso entronca con los comienzos de la Edad Media.

Formas especiales del códice

Monolibro (libro de un único cuaderno)

Es una forma arcaica de códice, en la que la totalidad de los bifolios están formando un único cuaderno. Se han conservado varios muy antiguos en la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi.

Monolibro. https://encrypted-tbn2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSIToSOEcMBWYJyBb5YU4DtGgd3oP24zexKRCG3PggHAoVpcEMKGQ

Opúsculo10

Volumen extremadamente delgado, que no comporta generalmente más que un cuaderno de algunos bifolios o un solo bifolio. Aunque a menudo los opúsculos se han conservado encuadernados dentro de volúmenes facticios (a veces ya en tiempos medievales), son estructuralmente independientes y originariamente circularon por separado. Contienen un texto completo (o incluso más de uno, si son muy breves), pero la longitud de ese texto no puede precisarse de ante mano, ya que depende del formato de las hojas y del tamaño de la letra.

Carné

Es un cuaderno de tamaño pequeño.

Libro de bolsillo

Volumen de dimensiones lo suficientemente reducidas como para poder llevarlo de manera habitual.

Biblia de bolsillo. Wake Forest University, Z. Smith Reynolds Library.
http://zsr.wfu.edu/special/files/pocket-NT.jpg.

Libro de bolsa

Libro de pequeño tamaño que puede meterse en el bolso de predicadores, comerciantes, etc.

Libro de bolsa, cerrado. Yale, Biblioteca Beinecke.
http://jewishphilosophyplace.files.wordpress.com/2013/06/medieval-book-bag.jpg

Libro de bolsa, abierto. Yale, Biblioteca Beinecke.
http://jewishphilosophyplace.files.wordpress.com/2013/06/medieval-book-bag-2.jpg

Libro plegado

Volumen en el cual para reducir la dimensión del libro cerrado, todas las hojas deben plegarse una o más veces sobre sí mismas para ordenarse bajo las tapas de la encuadernación.

Libro plegado. http://classes.bnf.fr/livre/images/3/906.jpg

Libro de atril, libro de facistol, libro de pupitre

Libro de grandes dimensiones, destinado a colocarse en un pupitre o atril, por oposición al libro de bolsillo.

Libro de facistol. http://1.bp.blogspot.com/_oN5K_WcO5JM/TFdX-xvkxEI/AAAAAAAAGQM/hd5ri6g__jI/s640/42-16702588.jpg

Libro encadenado, cadenati

Libros unidos mediante una cadena a un atril, banco, estantería…

Libros encadenados. Biblioteca Malatestiana de Cesena, Italia.
http://medievalfragments.files.wordpress.com/2013/05/resized-biblioteca_malatestiana_interno__013.jpg.

Libros encadenados. Biblioteca de Zutphen, Países Bajos.
http://static.messynessychic.com/wp-content/uploads/2013/06/chainedbooks2.jpg

Libro misceláneo

Es el constituido por textos de diferentes autores, más o menos coherentemente yuxtapuestos dentro de un único soporte. Básicamente se producía cuando un individuo deseaba tener juntos en un único volumen un cierto número de textos breves (obras en sí mismas breves o fragmentos de obras más largas). Como el destino de este tipo de libros era principalmente el uso personal, el compilador podía alterar ligeramente los textos al copiarlos si lo consideraba conveniente, añadir notas sin ningún tipo de advertencia o incluir una obrita suya entre las demás sin tampoco registrar su autoría. Incluso podía suceder que ni siquiera se mencione el autor u obra del que proceden los diferentes fragmentos.

Este tipo de libro es un producto típicamente medieval, ya que el mundo clásico grecolatino conoció y utilizó un libro de carácter unitario, constituido por una sola obra de un único autor, o bien –sobre todo a partir de la introducción del códice como soporte– de varias obras de un mismo autor reunidas en un corpus orgánico11.

Su descripción y catalogación plantea grandes dificultades, para empezar el de la identificación de los textos que transmite. Por ejemplo, W.J. Wilson necesitó 42 páginas para catalogar un manuscrito alquímico de Arnaldo de Bruselas que se conserva en la Universidad de Lehigh, y casi 200 para describirlo12.

Membra disiecta (sing. Membrum disiectum)

Se denomina membra disiecta a dos o más fragmentos de manuscritos que originariamente pertenecieron a un mismo códice pero que en la actualidad se hallan separados, bien en la misma biblioteca, bien en bibliotecas distintas. Los fragmentos van partes de una única hoja muy mutilada a tomos completos de una obra que originariamente se encuadernó en dos o más.

En la mayor parte de los casos la identificación de los membra disiecta es bastante fortuita, normalmente debida a filólogos que están editando un determinado texto y colacionan (comparan) todos los fragmentos de ese texto que pueden hallar. De todos modos es necesario comprobar por medio de criterios codicológicos la originaria pertenencia a un único códice de uno o más fragmentos. Estos criterios son la identidad de formato, número de líneas por página, justificación, escritura, decoración, procedencia, signaturas de los cuadernos, etc.

Volumen facticio

Es el compuesto por más dos o más unidades codicológica independientes, donde “unidad codicológica” es “la parte de un volumen cuya ejecución puede ser considerada como una operación única, realizada en las mismas condiciones de lugar, tiempo y técnica” (Vocabulario de Codicología, 143.04). A veces puede suceder que varias unidades codicológicas originalmente independientes entre sí se encuadernen juntas, formando un volumen facticio. En este caso las unidades codicológicas se denominan “sectores” y se los diferencia dentro del volumen facticio añadiendo a cada uno una letra del alfabeto o número romano (“sector A, sector B, sector C…. sector I, sector II, sector III….).


1. Existe otra acepción de “códice”: libro manuscrito especialmente valioso por sus características externas (decoración, encuadernación) o por su antigüedad. A menudo se utiliza también la palabra “códice” como sinónimo de “libro manuscrito”.

2. Originariamente, sin embargo, “volumen” es un libro en formato de rollo. Su etimología lo relaciona con “volver”, es decir, “enrollar”.

3. “Tú que deseas tener mis librillos a tu disposición en cualquier lugar / y que buscas sean tus compañeros de un largo camino, / compra los que están confeccionados con pergamino y son de pequeño tamaño. / Mete a los grandes en sus estuches: yo quepo en una sola mano. / Sin embargo, para que no ignores en dónde estoy en venta y andes errante / yo te guiaré de forma cierta: / pregunta por Secundo, liberto del docto Lucense, / detrás del atrio de la Paz y del Foro de Minerva”.

4. Carné: cuaderno de pequeño tamaño.

5. Sobre los nomina sacra puede verse L.W. Hurtado, “The Origin of the Nomina Sacra. A Proposal”, Journal of Biblical Literature 117/4 (1998), pp. 655-673, con revisión de las principales explicaciones anteriores.

6. G. Cavallo, Libri, Editori e Pubblico nel mondo antico: Guida storica e critica, pp. 83-86.

7. The Birth of the Codex, pp. 71-72.

8. Extractado de Elisa Ruiz, Manual de Codicología, pp. 131 y ss.

9. Extractado de Elisa Ruiz, ibid., p. 135.

10. El opúsculo, en inglés “booklet” ha sido estudiado en diferentes ocasiones por P.R. Robinson en varias publicaciones. Puede consultarse especialmente “The Booklet. A self-contained unit in composite manuscripts”, en A. Gruys (ed.), Codicologica 3: Essais typologiques, Leiden, Brill, 1980, pp. 46-69.

11. Para el libro misceláneo puede verse: Lynn Thornkike, “The problema of the composite manuscript”, en Miscellanea Giovanni Mercati. VI: Paleografia, Bibliografia, Varia, Città del Vaticano, Biblioteca Apostolica Vaticana, 1946, pp. 93-104; Armando Petrucci, “Del libro unitario al libro misceláneo”, en Libros, Escrituras y Bibliotecas, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2011, pp. 249-276.

12. W.J. Wilson, “Catalogue of Latin and Vernacular Alchemical Manuscripts of the United States and Canada”, Osiris 6 (1939), 836 pp, en pp. 473-514. Id. An “Alchemical Manuscript by Arnaldus de Bruxella”, Osiris 2 (1936), pp. 220-405. Cit. L. Thorndyke, op. cit., p. 94.