La historia ha conocido una gran variedad de materiales susceptibles de ser utilizados para la escritura. Prácticamente cualquier objeto capaz de ofrecer una superficie más o menos lisa era ya considerado como apropiado para recibir letras, por ejemplo, cortezas de árboles, huesos de animales, caparazones de moluscos y tortugas...
En general puede afirmarse que el grado de alfabetización de una sociedad determina el tipo de materiales escritorios utilizados: una sociedad poco alfabetizada tiende a usar soportes resistentes y durables, mientras que una sociedad con un alto grado de alfabetización utiliza sobre todo materiales poco costosos pero frágiles, y como consecuencia puede suceder que se conserven más testimonios escritos de una sociedad poco alfabetizada que de una sociedad muy alfabetizada.
En función de su procedencia se pueden distinguir soportes de origen mineral, vegetal y animal.
La primera categoría está formada por las piedras y los metales. El mármol y el bronce se han utilizado en prácticamente todas las épocas para escrituras de aparato y en el mundo antiguo las distintas clases de instrumenta (leyes, tratados, decretos oficiales, etc) se solían escribir en estos soportes por su consistencia y naturaleza inalterable. Y en el capítulo anterior ya se ha hecho mención incluso de láminas de oro utilizadas para recibir escritura.
El plomo es muy maleable y por ello se pueden formar finas láminas con él, y se puede escribir en él simplemente rascando con algún instrumento puntiagudo. Así se hizo con las llamadas tabellae defixionum o “tablillas de maldición”, que se han conservado de los siglos V y VI d.C.1
También de plomo son una serie de unos 70 pequeños códices de unas 7 u 8 hojas de plomo con escritura griega y hebrea, encontrados en una cueva en el desierto al nordeste de Jordania, muy cerca de la frontera con Israel y Siria. Es posible que daten del siglo I o II a.C., pero su autenticidad es un asunto controvertido y aún no se han publicado estudios serios sobre el tema2.
En la España visigoda se utilizaron tablillas de pizarra para registrar en escritura cursiva trazada con un punzón u otro instrumento duro y afilado cuentas, ejercicios escolares, listas de impuestos y algún que otro contrato.
Pero también las escrituras humildes y de uso doméstico podían practicarse sobre objetos de naturaleza mineral, por ejemplo la arcilla (ya se ha tratado en otro lugar de las tablillas de arcilla con escritura cuneiforme procedentes del Creciente Fértil) y la cerámica, terracota, vidrio y en general un sinfín de objetos que responden al nombre colectivo de instrumentum domesticum.
Dentro de ellos los ostraka merecen una mención especial. Se trata de pequeños fragmentos de cerámica en los que los ciudadanos atenienses de la época clásica escribían los nombres de los “candidatos” a ser desterrados de la ciudad, de donde procede el sustantivo “ostracismo”.
Y por supuesto las paredes siempre han sido una especie de “imán” para los graffiti. En la Roma de los siglos I a.C. al III-IV d.C., por ejemplo, se han descubierto imprecaciones, cuentas, nombres, etc. Sobre todo son famosos los graffiti de Pompeya. También se han encontrado algunos en España datables en la época visigótica.
Del reino animal, es la cera por supuesto el primer material escriptorio que se viene a la cabeza. La cera se utilizó, junto con la goma laca (que es una sustancia orgánica que se obtiene a partir del residuo o secreción resinosa de un pequeño insecto rojo llamado gusano de la laca (Laccifer lacca)) en las tablillas enceradas. En 1980 se halló en la costa de Turquía un navío del siglo XIV a.C. en el que se encontró un díptico de tablillas enceradas3.
Además de la cera de las tablillas enceradas, habría que considerar los fragmentos óseos y caparazones de tortuga utilizados en la antigua China, donde también se utilizó la tela de seda para recibir escritura. De hecho, los testimonios más antiguos de protoescritura conservados se han hallado sobre cáscaras de huevos de avestruz y datan de hace unos cien mil años4.
Las pieles de animales están datadas como soporte escriturario a partir del 2700-2500 a.C. Según David Diringer, la primera mención a documentos egipcios escritos en cuero data de la IV Dinastía (c. 2550-2450 a.C.). Otros testimonios insignes del empleo de este material por los antiguos egipcios son un rollo de la Dinastía XII actualmente en Berlín y el texto matemático actualmente en el British Museum, Ms 102505.
Del reino vegetal se han usado para recibir escritura las hojas y las cortezas de los árboles. La hoja de palma se utilizó en la antigua India para los libros de tipo pothi, y los chinos adaptaron el bambú para el mismo uso.
Plinio refiere que antea non fuisse chartarum usum: in palmarum foliis primo scriptitatum, deinde quarundam arborum libris (Nat. Hist. XIII, 2 1). Por otra parte, los términos petalismós y ekphyllophoría confirman la existencia de un tipo de votación, propio de Siracusa y Atenas respectivamente, con vistas al eventual destierro de un ciudadano, en el cual se recurría a dichos apéndices vegetales para expresar la voluntad popular. E incluso algunos han querido ver en este hábito la causa de que en determinadas lenguas reciban el nombre de “hojas” las superficies sobre las que escribimos, a pesar de que no hay ninguna documentación en este sentido.
Respecto del uso de la corteza de los árboles solo se conservan algunas alusiones, particularmente referidas al tilo (philyra), cuya capa interior (liber) resultaba idónea para los menesteres gráficos. De este empleo derivaría la segunda acepción del vocablo que al fin y al cabo a triunfado en las lenguas románicas: “libro”. De la madera en general ya hemos tratado al comentar las tablillas, enceradas o no.
También la corteza de abedul se ha utilizado en varias culturas como soporte de escritura. El caso más antiguo conservado es el de un conjunto de manuscritos budistas en lengua gandhari hallados en Afganistán, que datan aproximadamente del s. I, que fueron adquiridos por la British Library en 1994. El mismo material fue utilizado para copiar varios textos en sánscrito entre los siglos II y III. Pero aún a finales de la Edad Media se utilizaba este material: en 1951 una expedición soviética encontró en Novgorod un fragmento de corteza de abedul escrito de hacia 1400, y desde entonces se han hallado más de mil fragmentos en la misma zona, de entre los siglos XI y XV. El más curioso quizá sea una práctica de escritura de un niño llamado Onfim, cuya edad se ha estimado en 6 o 7 años en función de la destreza de su escritura.
La madera es otro material que se presta bien a recibir escritura, tanto escrita como inscrita, y que además se encuentra abundantemente en la naturaleza. Aparte de constituir la base de la cera en las tablillas enceradas, finas láminas de madera también sirvieron de soporte para escrituras en tinta, como en el caso de las tablillas de Vindolanda. Según Platón, tablillas de este tipo se utilizaron para apuntes, votaciones, ofrendas votivas, etc. Los romanos a veces las recubrían con yeso, y entonces recibían el nombre de tabulae dealbatae, y en el Libro dell’Arte Cennino Cennini describe como blanquear la madera de higuera utilizando hueso molido y saliva. En 1986 se halló en el oasis de Kakhleh, en Egipto, dos libros en formato códice formados por tablitas de madera de unos 2.5 mm de grosor en lugar de hojas de papiro o pergamino6.
Asimismo de madera eran los denominados “palos de conteo” (ingl. Tallysticks o tally), que se han conservado desde la época sumeria7 hasta el siglo XVIII en Inglaterra8, y que se utilizaban como instrumentos de cuenta.
También algunos textiles de origen vegetal se utilizaron como soporte escriturario: los estruscos utilizaron los llamados libri lintei conservados actualmente en el Museo de Agram, y de Roma conocemos los libri lintei magistratuum, en los que se registraban los nombres de los magistrados año por año, y las mappae linteae que refiere el Codex Theodos. VI. 27.1. Desgraciadamente no se ha conservado ningún fragmento griego o romano que nos ilustre sobre sus características.
1. Ana Vázquez, "Aspectos mágicos de la Antigüedad III: La magia en las tabellae defixionum hispanas”, Boletín de la Asociación de Amigos de la Arqueología 21 (junio 1985), pp. 35-45, y de la misma autora http://www.bloganavazquez.com/tag/defixiones-tabellae/.↩
2. David y Jennifer Elkington, The Case for the Lead codices: The Mystery of the Sealed Books, Oxford, Watkins Publishing, 2014; Discovering the lead codices: the book of seven seals and the secret teachings of Jesus, London, Watkins Publishing, 2014.↩
3. George F. Bass, "Oldest Known Shipwreck Reveals Splendors of the Bronze Age", National Geographic, December 1987, 693-733, cit. p. 730-731.↩
4. Marlize Lombard, "The Howiesons Poort of South Africa: what we know, what we think we know, what we need to know", Southern African Humanities 17 (2005), pp. 33-55.↩
5. S.R.K. Glanville, "The mathematical leather roll in the British Museum. 10250», Journal of Egyptian Archaeology 13 (1927).Puede encontrarse una digitalización en http://www.britishmuseum.org/research/collection_online/collection_object_details/collection_image_gallery.aspx?assetId=1613042061&objectId=110209&partId=1 .↩
6. John L. Sharpe III, “The Dakhleh Tablets and some codicological Considerations”, en Les tablettes à écrire de l’Antiquité a l’époque moderne, ed. Élisabeth Lalou, Brepols, Turnhout, 1992, pp. 127-148.↩
7. Karl Menninger, Number Words and Number Symbols. A Cultural History of Numbers, 1958.↩
8. H. Jenkinson, “Exchequer Tallies”, Archaeologia 62 (1911), pp. 367-80; “Medieval Tallies, Public and Private”, Archaeologia 74 (1925), pp. 289-353.↩