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2. Formas y materiales del libro manuscrito

2.7. El pergamino1

El pergamino es un material extraordinariamente perdurable, mucho más que el cuero, por ejemplo. Puede conservarse en perfectas condiciones durante mil años o más. El pergamino de buena calidad es suave, fino y aterciopelado, y se dobla con facilidad.

Resulta fascinante pasar las páginas de un manuscrito medieval y mirarlas con una lupa. No hay facsímil que pueda ofrecer la misma experiencia, la de sentir en los dedos la suavidad de un pergamino medieval. Incluso el olor es peculiar, e incluso varía mucho entre manuscritos de diferentes países.

Dentro de ciertos límites, se dice que es bueno para los manuscritos el tocarlos, pues el pergamino, como el cuero, puede perder flexibilidad si pasan los siglos sin roce alguno.

Aunque la leyenda transmitida por Plinio cuenta que el pergamino fue invención del rey Eumenes II de Pérgamo en el s. II a.C., lo cierto es que el uso del pergamino está atestiguado desde mucho antes. En Egipto se encuentran testimonios que se remontan a las primeras dinastías, y que demuestran su uso, si bien en mucha menor cantidad que el papiro. Ctesias y Heródoto nos transmiten que era un material escriptorio típico del pueblo persa. En el ámbito occidental se conserva un documento griego procedente de Dura Europos y fechable en el siglo II a.C. A partir del siglo II o III d.c. menudean los fragmentos de obras literarias, tanto helénicas como latinas.

¿”Pergamino” o “vitela”?

En el mundo griego este producto era llamado diphthéra y en el latino membrana, a veces membrana pergamena. El término pergamenum se encuentra mencionado por primera vez en un edicto de Diocleciano del año 301 que trata De pretiis rerum venalium.

Actualmente los términos “pergamino” y “vitela” son intercambiables. William Horman, a comienzos del siglo XVI, se refería a “eso sobre lo que escribimos: está hecho de pieles de animales; a veces se llaman pergamino y a veces vitela”. En el Departamento de Manuscritos de la Bodleian Library de Oxford, hoy se utiliza la palabra “pergamino” (parchment); en cambio, en la British Library de Londres, “vitela” (vellum). Pero las dos palabras significan la misma cosa. En España el término generalmente preferido es “pergamino”, y se reserva “vitela” para los pergaminos de muy buena calidad, muy finos y blancos.

La palabra vitela proviene de vitulus, ternero en latín, y estrictamente es la piel de la vaca preparada como material escriptorio. O sea que estrictamente hablando vitela es el pergamino hecho con piel de ternero, y pergamino -a secas- el hecho con cualquier otra piel. La palabra “pergamino” (por lo general pergamena en latín medieval), procede del nombre de la ciudad de Pérgamo, cuyo rey Eumenes II inventó dicho material en el siglo II antes de Cristo, según Plinio, durante un bloqueo que impidió la llegada del papiro.

Pero lo cierto es que es prácticamente imposible diferenciar la piel preparada de un animal o de otro, y sin duda la mayoría de los copistas y lectores medievales tampoco podían, ni les preocupaba esta cuestión. En el acto 5, escena 1, verso 110 de Hamlet, este pregunta: “¿No se hace el pergamino de las pieles de los corderos?”, a lo que replica Horacio: “Oh, señor, y también de las pieles de vacas”. En Italia se utilizaban a menudo pieles de cabra. Es excepcional el uso de otros animales, tales como el antílope, atestiguado en algunos ejemplares bíblicos de gran lujo, por ejemplo en codex Sinaiticus, y acaso existen más manuscritos de los que podría suponerse en pieles de ciervo, cerdo o incluso liebre y ardilla.

La fabricación del pergamino

La transformación de esa piel en un material limpio y blanco, apto para escribir en él, era la tarea del percamenarius o “pergaminero”. Estos profesionales existieron durante toda la edad Media. Así, en el año 822 el abad Adelardo instituye entre los oficios de la abadía de Corbie, en el norte de Francia, el de percamenarius; a comienzos del siglo XII había también un “fabricante de pergaminos” en Regensburg. La primera prueba documental de la producción de libros en Oxford es una escritura de propiedad de un terreno –de no más allá de 1200– en que figuran como testigos un copista, tres iluminadores y dos fabricantes de pergaminos, llamados Reginald y Roger. En la Florence del siglo XIII estos artesanos tenían una tienda junto a la Badia. En Gante y de 1280 existen ordenanzas municipales en que se menciona a los percamenarii. Las listas parisinas de impuestos del año 1292 incluyen los nombres de diecinueve fabricantes de pergaminos. En resumen, a fines de la Edad Media los fabricantes de pergaminos figuraban de modo regular entre los artesanos y los comerciantes de todas las ciudades.

La preparación del pergamino constituye un proceso lento y complicado.

Los primeros manuales del oficio insisten en que es crucial la elección de una piel de buena calidad. En la Edad Media los animales de granja estaban probablemente más sujetos a enfermedades y pestes que los de hoy, en que se ha desarrollado la ciencia agropecuaria, y algunas enfermedades podían dejar marcas y huellas desagradables en la piel del animal degollado. El pergaminero que buscase pieles apropiadas en el matadero tendría, con seguridad, que tener en cuenta el color de la lana o del pelo, pues ello habría de afectar a la superficie final del pergamino: de ovejas y vacas blancas suelen proceder los pergaminos de igual color, mientras que los sombreados de marrón vienen a menudo de vacas o cabras de colores abigarrados.

Además, si el animal no había sido bien desangrado al tiempo de sacrificarlo, la sangre acumulada en los capilares deja unas marcas muy características en el pergamino.

En primer lugar y según dice un texto de la época, el pergaminero tiene que lavar la piel en agua corriente y fría durante un día y una noche, o sencillamente, como dice otro, hasta que el agua corra limpia.

Lavando la piel.
Die Hausbücher der Nürnberger Zwölfbrüderstiftungen,
Nürnberg, Mendelsche Zwölfbrüderstiftung, Ms. Amb. 317.2° Folio 34 recto.
http://www.nuernberger-hausbuecher.de/75-Amb-2-317-34-r/data

Cuando la piel comienza a pudrirse, su pelo se cae de modo natural. En países cálidos las pieles podían ponerse al sol para acelerar el proceso. Sin embargo y por lo general la caída del pelo se hacía de modo artificial, poniendo en remojo las pieles en tinas de madera o de piedra con una mezcla de cal y agua por un tiempo que oscilaba entre tres y diez días (más en invierno y en cualquier caso mejor pecando por exceso que por defecto) y removiendo el contenido varias veces al día con una pértiga de madera.

Añadiendo cal al agua, para sumergir la piel en la solución. http://www.randyasplund.com/imgs/parch/liming.jpg

Una piel en remojo. http://www.randyasplund.com/imgs/parch/washing.jpg.

Las operaciones que se describen a continuación tienen como finalidad eliminar las capas superior (epidermis) e inferior (hipodermis) de la piel, con el fin de dejar únicamente la parte de la dermis denominada “estrato reticular”, que es la que acabará convirtiéndose en pergamino.

Sección de la piel de mamífero.

Una a una las mojadas y resbaladizas pieles son sacadas de la tina y colgadas, con el pelo hacia afuera, en una gran plancha de madera curvada y vertical. Entonces el pergaminero va rascando el pelo de arriba abajo con una cuchilla larga y corva de asas de madera en los extremos. El pelo se desprende con sorprendente rapidez. Va apareciendo así la piel desnuda, rosada allí donde el pelo era blanco y más descolorida allí donde era castaño. Siempre que sea posible se elimina también la capa más externa de la piel.

Retirando el pelo.
Die Hausbücher der Nürnberger Zwölfbrüderstiftungen,
Nürnberg, Mendelsche Zwölfbrüderstiftung, Ms. Amb. 317.2° Folio 92 recto.
http://www.nuernberger-hausbuecher.de/75-Amb-2-317-92-r/data

Para entonces la piel sigue estando todavía empapada en la mezcla de agua y cal en que estuvo sumergida. En ocasiones vuelve de nuevo a la tina, ya sin pelos, si todavía está muy grasienta.

Después la piel es puesta de nuevo en la plancha de madera, pero con el lado de la carne hacia arriba. Entonces el pergaminero se dedica a eliminar con la cuchilla corva los residuos de carne viscosa y flácida que pueden quedar. Si la operación se hace con demasiada fuerza, se puede hacer un corte en la piel. Este es un trabajo que exige a la vez fuerza y delicadeza; en suma: experiencia.

La piel, ya desprovista de pelo y limpia, vuelve a ser puesta en remojo, esta vez en agua clara, durante dos días más, con objeto de que desaparezcan los restos de cal. Termina así la primera y más sucia etapa en la fabricación de pergaminos.

La piel, ya sin pelo y limpia, pero todavía empapada.
http://1.bp.blogspot.com/-Vd47CIztuYQ/VCBTDQb4ZPI/AAAAAAAAQTo/n9tgnfG6t5g/s1600/6%2Btranslucent%2Bsoaked%2Bskin%2C%2Bparchment%2Bmaking.jpg.

Es en la segunda fase del proceso cuando la piel se transforma realmente en pergamino. Se trata ahora de poner a secar la piel extendiéndola bien tensada en un bastidor de madera. Pesada y mojada, como consecuencia de su última inmersión, la piel cuelga totalmente extendida en el mencionado bastidor, el cual puede ser circular (los manuales medievales lo describen precisamente como un circulus) o bien más o menos rectangular, parecido al de una pizarra y de un tamaño semejante, conforme aparece en un conocido manuscrito de Bamberg del siglo XII.

Bamberg, Staatsbibliothek. Ms. Patr. 5, f. 1v., detalle.
http://www.conocereisdeverdad.org/pic/4193__410f9da69e123.gif
(imagen completa disponible en http://www.oberlin.edu/images/Art315/16785.JPG)

La piel no puede ser clavada al marco, pues conforme se seca se va encogiendo y los bordes acabarían por romperse. Así pues el pergaminero cuelga la piel por medio de pequeñas cuerdas sujetas a una serie de clavijas ajustadas al marco de madera. Cada pocos centímetros y en torno a los bordes de la piel se incrustan diminutas piedrecillas, formando con ellas una especie de botones que por medio de una cuerda se unen a las clavijas del marco. Gracias a las clavijas el pergaminero puede controlar la tensión y variarla según las necesidades del trabajo.

Clavijas del bastidor y sujección del pergamino.
Tomado de Clemens – Graham, Manuscript Studies, fig. 1-13, p. 11.

Ahora la piel está tensa y elástica, pero todavía mojada. El pergaminero evita que se seque vertiendo sobre ella agua caliente.

Entonces, sujetando el bastidor firmemente con el pie, comienza a raspar con fuerza la piel con otro cuchillo curvo y romo, ahora con el asa en el centro, denominado lunellum por tener forma de media luna. La finalidad es rascar la piel más profundamente, sobre todo por su lado interno. Conforme avanza el trabajo el pergaminero continúa ajustando la tensión de la piel girando las clavijas, y cuando está satisfecho con el resultado deja secar la piel al sol, todavía en el bastidor.

Pergaminero rascando el futuro pergamino con el lunellum.
Die Hausbücher der Nürnberger Zwölfbrüderstiftungen,
Nürnberg, Mendelsche Zwölfbrüderstiftung, Ms. Amb. 317.2° Folio 34 verso.
http://www.nuernberger-hausbuecher.de/75-Amb-2-317-92-r/data
(imagen completa disponible en http://www.oberlin.edu/images/Art315/16785.JPG)

Conforme la piel se estira, todo corte, por pequeño que sea, toda hendidura accidental hecha en la piel, se hará visible en forma de roturas circulares u ovales, que no son raras en las páginas o en los márgenes de los manuscritos medievales. Si el pergaminero los descubre a tiempo, los cose con hilo con objeto de impedir que se hagan más grandes. A veces pueden verse roturas en los manuscritos con señales de que sus bordes fueron cosidos, e indicando sin duda la intervención de la aguja, pero también que la tensión a que estaba sujeto el pergamino hizo inútil tal intento de arreglo.

La forma ovalada de los agujeros producidos por la aguja es un indicativo
de que el intento de reparación se hizo cuando aún la piel estaba estirada en el bastidor.
Tomado de Clemens-Graham, Manuscript Studies, fig. 1-24, pág. 13..

Ya seca la piel por completo, comienza una nueva sesión de raspado. La piel está ahora tan tensa como un tambor nuevo, por lo que hace considerable ruido al entrar en contacto con la superficie del cuchillo. En el proceso se desprenden delicadas peladuras conforme se va desbastando la piel capa a capa. Es posible que en la Edad Media esas peladuras se recogieran con el objeto de hervirlas y hacer cola de pegar. El lado granuloso, aquel donde había estado el pelo, tenía que rasparse de modo especial, con el fin de eliminar el brillo satinado que hubiese impedido la fijación de la tinta. El espesor final del pergamino depende en buena medida de la cantidad de materia que se desprenda en esta fase. En la primera época, la de la producción monástica, los pergaminos eran por lo general bastante gruesos, pero ya en el siglo XIII se conseguía una finura casi de papel de seda.

El pergaminero desprende ahora las clavijas y saca el pergamino, fino, seco y opaco. La última operación era pulir la superficie con piedra pómez y frotarla con yeso.

Al fondo, un pergaminero pule con piedra pómez una hoja de pergamino.
Bolonia, Bib. Univ. Cod. Bonon. 963, f. 4.
http://anthologio.files.wordpress.com/2013/05/150a6-12bparchment2bsellers2bscrubbing2band2bstretching2bthe2bparcment2b15th2bcentury2bbologna252c2buniversity2blibrary-2bcod-2bbonon-2b963252c2bf-2b4.jpg?w=457&h=640.

Y entonces el pergamino estaba definitivamente listo para su venta.

Venta de la hoja de pergamino ya cortada.
Copenhagen, Royal Library. Ms. 4, 2o f. 183v.
http://anthologio.files.wordpress.com/2013/05/f80c3-1a2bscribe2bbuys2bparchment2bcopenhagen252c2broyal2blibrary-2bms-2b4252c2b2o2bf-2b183v.jpg?w=600&h=596.

El precio de los pergaminos fluctuaba muchísimo. Por lo general se vendían por docenas. Las cuentas de la Sainte-Chapelle de París incluyen, en 1298, los gastos hechos para adquirir la enorme cantidad de 972 docenas de pieles por un importe de 194 libras y 18 sueldos (lo que suponía 3 sueldos por pieza), más 24 libras y 6 sueldos por rasparlos, y 60 sueldos más a un tal Harvey por seleccionar las pieles y otros 10 sueldos para el tasador. Se sabe de pergamineros ingleses que en 1301 cobraban 1 penique y cuarto por piel; 8 chelines y 8 peniques por seis docenas de pieles en 1312-1313; 6 chelines por dos docenas en 1358-1359 (es decir, 3 peniques por unidad en los dos últimos casos). Pero también 4 libras, 6 chelines y 8 peniques por trece docenas de pieles del mejor ternero (percamenti vitulini) con destino al lujoso Misal Litlyngton de la abadía de Westminster, en 1383-1384. Ello significa algo más de 6 peniques y medio por unidad; fue el gasto más elevado –después del realizado con el oro– hecho en la realización de dicho misal. Se trataba, sin duda, de pergaminos de la mejor calidad, destinados a un libro que se quería fuese un monumento imperecedero.

Las calidades del pergamino

La identificación a simple vista de los distintos tipos de pergamino según su origen es una tarea poco menos que imposible. No obstante, hay ciertos rasgos generales que pueden servir de orientación:

Ternero:
produce el pergamino de mejor calidad, de color blanquecino.
Cabra:
proporciona un buen pergamino que tiende a ser grisáceo, sobre todo en la cara del pelo. Sus dimensiones originarias suelen ser 90 x 90 cm aproximadamente. Cuando se trata de crías (cabritillo de cuatro a seis semanas) el tegumento es más fino.
Carnero:
el pergamino que produce es de aspecto oleoso y tono que vira al amarillo. Si la res es vieja se incrementa el grosor y la porosidad de la dermis. Es la piel más grasienta de todas.
Pergaminos de oveja, cabra y ternero
http://indenwittenhasewint.blogspot.nl/2012/12/1-making-of-parchment.html
http://media-cache-ak0.pinimg.com/736x/fd/77/52/fd7752782a9dc12d6a3b676c0936bb6e.jpg.

Implantes del pelo en la oveja, la cabra, la vaca y el cerdo.
http://vocabulaire.irht.cnrs.fr/fig/pict/pict014.gif.

En general, la estructura de los implantes del pelo en las distintas especies puede ofrecer alguna pista para la identificación de la especie, pero es extremadamente difícil de asegurar, ya que hay otros factores muy importantes como la edad del animal y el sexo en algunas especies, las condiciones en las que ha vivido, etc., y hasta los más expertos codicólogos se han visto en ocasiones en la obligación de tener que rectificar sus identificaciones.

El lado granuloso del pergamino, que una vez estuviera cubierto de pelo, es por lo general de color más oscuro, cremoso o amarillento, sobre todo si la piel es de oveja, o gris parduzco si se trata de la piel de cabra, y tiende a curvarse sobre sí mismo. En los mejores pergaminos el lado del pelo tiene una apariencia como de ante, porque la capa exterior se ha eliminado totalmente mediante el rascado y solo queda la parte más interna de la piel, con textura de gamuza. Por medio de una lupa pueden observarse en ocasiones las constelaciones de diminutos puntos que una vez fueron folículos capilares. De modo especial ocurre en los manuscritos italianos que la tinta tiende a no adherirse bien a este lado del pergamino, ofreciendo una tonalidad marrón de aspecto polvoriento.

Si observamos la piel por el lado interno, veremos que es más blanca que por el exterior, y que tiende a ser convexa, curvándose hacia afuera de modo natural.

Diferencias de tonalidad en el pergamino según el lado. A la izquierda, lado del pelo, a la derecha, lado de la carne.
http://voynichimagery.files.wordpress.com/2013/06/mss-manufacture-13thc-gregory-rule-not.jpg?w=906&h=692.

En algunos manuscritos escolares de baja calidad, hechos con pergaminos baratos, dicha tendencia a curvarse es tan fuerte que las hojas se enrollan prácticamente ante nuestros ojos. Ello sucede porque el lado externo de la piel original es menos elástico, y una vez liberado de la tensión del bastidor del pergaminero, tiende a enrollarse más que el lado interno.

En ocasiones pueden observarse también en el pergamino unas señales que parecen como las venas de las hojas de las plantas; se trata de sangre que, al morir el animal, cayó sobre la piel. Ello ocurre más a menudo con piezas cobradas en una cacería, como los ciervos, que con animales sacrificados y desangrados en un matadero, pero resulta difícil de demostrar.

En esta imagen puede apreciarse la marca de las venas.
Tomado de Clemens-Graham, Manuscript Studies, fig. 1-7, pág. 10..

Si las imperfecciones de la piel son demasiadas y pronunciadas, y pese a ello el copista decide utilizarla, puede trazar un círculo en torno a ellas, con lo que el texto aparecerá interrumpido y como ondulado alrededor de los fallos. En páginas grandes pueden incluso observarse surcos más profundos allí donde el espinazo del animal llegaba a tocar la piel; acaso hasta podamos ver (quizá con un poco de imaginación) la festoneada curva correspondiente al cuello del animal.

A la izquierda de la hoja se puede ver la marca del espinazo.
Tomado de Clemens – Graham, Manuscript Studies, fig. 1-16, p. 12.

En manuscritos de baja calidad es también frecuente que las hojas tengan bordes defectuosos. Este defecto procedía de que al cortar las pieles algunas áreas, como el cuello, ofrecían menor cantidad de material. Si el material era escaso y los recursos económicos precarios, los copistas no podían permitirse el lujo de desechar estas hojas. Normalmente la parte defectuosa se halla en la parte de debajo de la hoja.

Una hoja defectuosa de pergamino en un manuscrito del siglo XI (Newberry MS 2, fol. 45r).
Es fácil ver cómo la escritura se acopla perfectamente a la materia existente,
lo cual indica que no se trata de un roto producido después de la confección del libro.
Tomado de Clemens – Graham, Manuscript Studies, fig. 1-17, pág. 12..

A veces encontramos reparaciones muy minuciosas, en las que los bordes que faltan han sido cosidos con piezas procedentes de otra hoja.

Reparación del pergamino, también realizada previamente a la copia del libro
Leiden, Universiteitsbibliotheek, BPL 25.
https://medievalbooks.files.wordpress.com/2014/10/leiden_ub_bpl_25.jpg.

También es corriente encontrar pieles con agujeros. Estos agujeros pueden ser de dos tipos: o bien estaban ya en la piel del animal al tiempo de ser sacrificado, o bien son resultado de un descuido del pergaminero al rascar la piel en el proceso de confección del pergamino. Es típico que este tipo de defectos del pergamino aumenten en la parte final del manuscrito, aparentemente como consecuencia de que las mejores hojas se habían acabado, y el maestro del escriptorio no tenía más remedio que echar mano de lo que le quedaba. Los defectos de la piel del animal proceden de picaduras de insectos o heridas de diverso tipo, y su tamaño varía de diminuto a varias líneas. A veces, si la herida estaba ya sanando cuando el animal fue sacrificado, es posible ver un área de tejido más fino.

Ojo en el pergamino, previo a la copia.
El hecho de que coincida con la cabeza del dragón de la página siguiente es puramente fortuito.
Bamberg, Universitätsbibliothek, Msc. Nat. 1, s. IX.
http://40.media.tumblr.com/a4d7410bcd90ef918dfd480490062e03/tumblr_mm36j72lfi1soj7s4o1_1280.jpg.

En este caso, en cambio, los rotos son posteriores a la copia, ya que en alguna ocasión cortan la escritura.
El pergamino ha encojido al final, lo que ha producido también el encojimiento de la escritura.
Londres, BL, Cotton Tiberius D V.
http://julianharrison.typepad.com/.a/6a013488b55a86970c01a511d4b569970c-500wi

A menudo estos agujeros se dejaban sin reparar, pero en ocasiones se encuentran intentos de reparación muy originales. Por ejemplo, en el Evangeliario de San Agustín de Canterbury (Corpus Christi College, Ms. 286), escrito en Italia a mediados del siglo VI, un conjunto de agujeros de pequeño tamaño han sido cubiertos con una membrana transparente y adhesiva que acaso proceda de la vejiga de un pez. Que esta reparación se hizo antes de la copia es evidente porque en algún lugar la tinta se extiende al tejido utilizado para la reparación.

Evangeliario de San Agustín de Canterbury (Corpus Christi College, Ms. 286), fol. 89r, y detalle.
Tomado de Clemens – Graham, Manuscript Studies, fig. 1-21 y 1-22.

Tampoco es muy corriente, pero se encuentra de vez en cuando, reparaciones hechas a base de “remiendos”, con hilos de colores.

Universidad de Uppsala, Biblioteca
https://web.archive.org/web/20131017052042/http://www.ub.uu.se/en/Just-now/Projects/Completed-projects/A-medieval-book-mended-with-silk-thread/.

La técnica de elaboración del pergamino se fue afinando con el paso del tempo. En el siglo XV se consigue en Italia un grado de perfección insuperado: las membranas producidas en los talleres de esta península se distinguían por su blancura nívea, pureza, suavidad y translucidez de las hojas.

No sin cierta resistencia, y aunque sea brevemente, es preciso ocuparse de la controvertida y no resuelta cuestión del pergamino uterino. Anticuados tratados sobre manuscritos medievales aseguran que el pergamino más fino era el procedente de la piel de los terneros abortados; la expresión se utiliza todavía y en ocasiones para describir el pergamino sedoso y sumamente delgado utilizado de modo extraordinario en las pequeñas biblias parisinas del siglo XIII. Existen datos de la época que prueban que la piel de un ternero abortado era tan valiosa como deseada, y es cierto que el pergamino de tan curiosa procedencia o bien de animales recién nacidos parece a la vista y al tacto como lo que los anticuarios llaman precisamente “pergamino uterino”. Pero resulta muy poco creíble que miles de vacas abortasen generación tras generación, o que se las despojase de los fetos en número suficiente como para atender las necesidades del comercio de libros. O bien las pieles normales eran tratadas una y otra vez hasta llegar a hacer de ellas una membrana tan fina como la gasa o –lo que parece más factible– las pieles se abrían en dos para producir un par de pergaminos de muy reducido espesor. También hay datos medievales (aunque no demasiados) acerca de esta práctica. Si se utiliza la expresión “pergamino uterino”, debe referirse más bien a las características de la piel y no a su procedencia.

Pergamino purpúreo

En el ámbito grecolatino se utilizaba el pergamino teñido de púrpura para manuscritos de lujo, en cuyo caso el texto se escribía con tinta elaborada a base de oro o plata diluidos. El coste de los materiales era astronómico (de hecho la púrpura auténtica era aún más cara que el oro), y por lo tanto solo eran asequibles a los más ricos.

Códices de estas características fueron frecuentes a partir del siglo IV, pero los ejemplares más antiguos conocidos datan del siglo V y V y parecen tener asociaciones imperiales. Los griegos suelen ser de procedencia sirio-antioquena; los latinos, de origen italiano. De entre ellos destaca el famosísimo codex Argenteus (Evangeliario de Ulfilas), conservado en la Biblioteca de la Universidad de Upsala.

Codex purpureus rossanensis.
http://www.calabriaonweb.it/wp-content/uploads/Codex2.jpg.

Observar y describir el pergamino

La observación del pergamino se concentra sobre dos puntos:

  1. La calidad intrínseca del material
  2. La forma en que el material ha sido empleado

En relación con la calidad intrínseca del material, es muy peligroso aventurar la identificación de la especie animal de origen, por lo que es preferible realizar una descripción “fenomenológica”, es decir, describir las cualidades visibles de la pieza. Otra puntualización a tener en cuenta es que a menudo un juicio absoluto es menos útil que uno relativo, es decir, se puede decir que un pergamino es de “calidad mediocre”, pero aporta mucho más decir que un pergamino es “de calidad mediocre, pero mejor que el de los libros similares de su misma época y procedencia”. Por supuesto, este tipo de apreciaciones no son posibles para un codicólogo novel: solo con los años de experiencia podrán llevarse a la práctica.

En relación con la forma en que el material ha sido empleado, hay que determinar en qué lugares han sido utilizadas las hojas de mejor y peor calidad. Es frecuente en los manuscritos que las hojas de mejor calidad hayan sido utilizadas al principio, y según va avanzando el proceso de copia los copistas van echando mano de lo que les queda. Sin embargo, el último cuaderno puede ser otra vez de buena calidad, acaso para dejar una buena impresión en el lector. Así mismo la calidad puede aumentar en ciertas partes, lo cual puede ser un indicativo de que a esa parte en particular se le daba una especial importancia. Tal es el caso del “canon” en los sacramentarios y misales, que suelen tener el pergamino de mejor calidad de todo el libro.

Para la descripción se procederá a observar y anotar los siguientes puntos, comprobando todas las hojas del manuscrito, ya que algunas pueden mostrar características diferentes, en cuyo caso deben anotarse los números de folio en que esto sucede:

  1. Color, textura y brillo del pergamino, considerando ambas caras (pelo y carne).
  2. Nivel de contraste entre el lado del pelo y el lado de la carne, en función de las observaciones del punto anterior.
  3. Sentido de la piel, esto es, la dirección en la que la piel tiende naturalmente a enrollarse, y que corresponde a la orientación de la espina dorsal del animal:
    Tendencia natural del pergamino a enrollarse.
    http://vocabulaire.irht.cnrs.fr/fig/pict/pict015.gif

  4. Rigidez o flexibilidad de las hojas
  5. Espesor, tomando medidas en diferentes lugares de cada hoja con la ayuda de un micrómetro. Como es muy frecuente que los conservadores prohíban la utilización del micrómetro, este juicio tendrá que hacerse de modo subjetivo.
  6. Presencia de los bordes originales de la piel, que se aprecian en la forma de una especie de concavidad en la que decrece el espesor del pergamino y las trazas de pilosidad se rarifican hasta desaparecer, tomando el pergamino una coloración traslúcida, y terminando en una especie de rugosidad amarronada.
  7. Agujeros y desgarros, con indicación si proceden de la piel del animal original, si han sido producidos en el proceso de fabricación del pergamino, o si se han producido a posteriori, cuando el libro ya estaba escrito.
  8. Reparaciones, indicando su naturaleza.

Palimpsestos o codices rescripti

El término palimpsesto, conocido desde la Antigüedad, es de origen griego y significa “raspado de nuevo”. Por considerarse no muy afortunada esta palabra para empezar, porque en la mayor parte de los casos la operación se limitaba a un lavado, en la actualidad se ha acuñado la expresión codices rescripti, que ha sido defendida entre otros por E.A. Lowe y A. Pratesi.

Procedimiento

El pergamino era un material óptimo para este género de intervención a causa de su consistencia y su flexibilidad. El procedimiento consistía en remojar las hojas que se deseaban borrar en un recipiente con lecha durante aproximadamente una noche. Luego se frotaban con una esponja para hacer desaparecer la tinta y se cubrían con alguna sustancia pulverizada (harina, cal…). Cuando esta capa estaba seca se pulimentaban con la ayuda de una piedra pómez y ya estaban listas para un nuevo empleo. La receta original procede de un códice del monasterio de Tegernsee, actualmente en la biblioteca de Munich (Ms. Lat. 18628):

En un pergamino ya utilizado, si quieres escribir de nuevo en él, obligado por la necesidad, coge leche y embadurna la superficie con este producto durante el espacio de una sola noche. Luego, una vez que hayas esparcido sobre él harina, ponlo debajo de un peso para que no se arrugue cuando se empieza a secar y consérvalo así hasta que esté totalmente seco. Después que hayas hecho estas operaciones, lo pulirás con piedra pómez y creta para que recupere su prístina blancura.

E. A. Lowe2ha presentado la siguiente tabla sobre la distribución temporal de los codices rescripti conservados:

s. V-VI 1
s. VI 2
s. VI-VII 2
s. VII 12
s. VII-VIII 12
s. VIII 30
s. VIII-IX 8
s. IX 20
s. IX-X 1
s. X 4
s. X-XI 2
s. XI 9
x. XI-XII 3
s. XII 14
s. XII-XIII 1
s. XIII 4
s. XIV 2
s. XV 1
s. XVI 1

De los 129 palimpsestos consignados, 84 pertenecen a los siglos VII al IX, y 29 de ellos proceden del monasterio de Bobbio. El caso de Bobbio es digno de ser tomado en ulterior consideración, porque los monjes de esta fundación irlandesa en Italia merecieron el apelativo de “humanistas benedictinos” en el siglo VIII3, puesto que produjeron no solo obras eclesiásticas, sino que también desarrollaron un interés por las profanas y copiaron gramáticas, tratados métricos, glosarios y extractos de los historiadores y filólogos profanos; pero un siglo antes, bajo el abadiato del abad Boboleno (641-54) habían adquirido manuscritos de Livio, Cicerón y Plauto para borrarlos y copias en sus hojas las obras de autores eclesiásticos. Algo similar puede afirmarse a propósito de Fleury, en las orillas del Loira. Allí, a finales del siglo VII, un manuscrito de Salustio fue borrado y su pergamino reutilizado para los comentarios de S. Jerónimo sobre Isaías4; por esa misma época estaban llegando a Fleury libros desde Italia, África, Septimania y España5.

Pero no solo se cancelaron textos cásicos, sino también cristianos, con la finalidad de transcribir tratados gramaticales que constituían la preocupación del momento. Las razones de fanatismo religioso, esgrimidas de manera genérica por algunos investigadores, ya fueron en su día refutadas por L. Traube. De hecho, es la escasez de materia prima y/o su elevado precio lo que justifica esta práctica, y por tales motivos será na medida frecuente en los momentos de crisis económica.

En el mundo griego, y especialmente en los monasterios de la Italia meridional, escasos de recursos, se vuelve a repetir el fenómeno durante los siglos XIII y XIV. Con frecuencia fueron cancelados textos compuestos en escritura mayúscula, modalidad gráfica que requería grandes superficies de pergamino en relación con el contenido transmitido. Los códices reutilizados, a causa de este inconveniente, fueron cubiertos por obras escritas en apretada letra minúscula, rica en ligaduras y abreviaciones. Aún no existe un trabajo que recoja la totalidad de los palimsestos griegos conocidos, pero su número es bastante elevado. Basta con hojear los catálogos de manuscritos griegos de la Biblioteca Apostólica Vaticana para obtener una idea aproximada de la amplitud de la cuestión. A título de ejemplo mencionaremos el manuscrito más antiguo, y quizá más completo, que ofrece esta particularidad gráfica: el codex Ephraemi Syri rescriptus, cuya scriptio inferior data del siglo V y la superior del XIII.

Se antoja, por tanto, bastante plausible que al menos ciertos centros que estaban afanándose para formar una biblioteca considerasen como la opción más barata posible la adquisición de libros en cualquier otro lugar, con vistas a utilizar el pergamino para copiar sobre él las obras que necesitaban. Las razones para palimpsestar un manuscrito no tienen por tanto nada que ver con la censura ni la ideología, sino con las mucho más prosaicas de la utilidad y la economía, con la expansión de la escuela monástica o la contracción del mercado. Y por eso la mayoría de los manuscritos palimpsestados son6: a) los que en su contexto se consideraban obsoletos o innecesarios (los manuscritos litúrgicos ofrecen un buen ejemplo de este tipo); b) los escritos en lenguas y escrituras que ya no eran comprendidas (por ejemplo, los manuscritos en lengua goda); c) los manuscritos deteriorados por cualquier razón pero que aún tenían hojas que podían reaprovecharse.

Palimpsestos conservados

Entre los testimonios conservados de mayor importancia se encuentra el tratado ciceroniano De republica (Vat. Lat. 5757), descubierto por el cardenal Angelo Mai en 1819; las Instituciones de Gayo, de la catedral de Verona; las Comoedias de Plauto, manuscrito conocido bajo el nombre de Ambrosianus, de la Biblioteca de Milán; los famosos scholia Bobiensia (mss. E. 147 de la Biblioteca de Milán y Vat. Lat. 5750 de la Biblioteca Apostólica Vaticana, del siglo V-VI; el ejemplar Palat. Lat. 24 que contiene fragmentos de Higinio, Frontón, Lucano, Gelio y Cicerón, atribuibles a los siglos IV-V, y pertenecientes a esa misma institución.

Entre los palimsestos españoles se puede citar el interesante codex Ovetensis, conservado en la Real Biblioteca de El Escorial (R.II.18) y la Historia Eclesiástica de Eusebio, procedente del Archivo de la catedral de León (ms. 15).

El afán de descubrir nuevas obras grecolatinas ha sido el incentivo que impulsó la búsqueda de palimsestos. Tal deseo se sintió con especial viveza en el Renacimiento, pero fue tan solo a finales del siglo XVII cuando se inicia la etapa de los hallazgos importantes. El punto culminante de este género de investigación coincidió con los últimos años del siglo XIX, época en la que los intentos de localización de ejemplares de tales características se realizaron de manera más sistemática.

Catalogación de códices rescripti

El hecho de identificar un codex rescriptus es fruto de la práctica en la mayoría de las ocasiones. Traube señala como indicadores de otra disposición textual anterior la presencia de algunas letras marginales o de perforaciones interlineales.

El texto originario es llamado scriptio inferior o antiquior y el nuevo scriptio superior o recentior. La primera tarea del codicólogo es identificar la scriptio inferior.

Los procedimientos puestos en práctica para favorecer la lectura de la scriptio inferior han sido en muchos casos funestos. Hasta 1900 se echó mano generosamente de los reactivos químicos (ácido agallico, sulfhidrato o sulfuro de amonio, sulfato de potasio, ácido clorhídrico) que reavivaban los textos, pero que a la larga acarrearon graves daños. La copia de Plauto de la Biblioteca Ambrosiana de Milán da buena prueba de ello. Afortunadamente esta vía fue abandonada a principios del siglo XX.

Otros caminos explorados han sido la fotografía con fluorescencia y la aplicación de rayos ultravioleta. La técnica fotográfica cuenta con un pionero en la persona del monje benedictino dom Raphael Kögel, quien inició este tipo de ensayo obteniendo excelentes resultados. Siguieron este género de investigaciones los italianos Biagi, Pampaloni y Rostagno, entre otros. Otro procedimiento consistió en el empleo de una fuente de rayos ultravioletas, generalmente conocida bajo el nombre de lámpara de Wood.

Hoy en día la “restauración virtual” es el procedimiento más utilizado. Los primeros experimentos en esta dirección se deben a John F. Benton en 1978. Un ensayo con los primeros resultados se publicó en 1998 bajo el título Manoscritti palinsesti: lettura digitale sulla bande dell’invisibile en una colaboración entre la Abadía de santa María de Grotaferrata y la Cátedra de Paleografía Griega de la Universidad de Roma. Básicamente consiste en fotografiar digitalmente las páginas del manuscrito bajo una luz fría en altísima definición y en la banda de luz visible e invisible. En la segunda fase se procesa la imagen digital, en la que se revelan todos los detalles que permanecían invisibles al ojo desnudo. Finalmente se difumina la scriptio superior y se intensifica la inferior, también digitalmente.

Restauración virtual de un palimsesto armenio, Universidad de Graz, UBG 2058/2 http://www.vestigia.at/armenischerpalimpsest_en.html.

Tras la identificación de la scriptio inferior procede analizar la composición originaria de los cuadernos y tras ello estudiar la reorganización del manuscrito. Ambas operaciones son extremadamente difíciles y requieren grandes dotes de observación y mucha paciencia.


1. Parcialmente extractado de Christopher de Hamel, Artesanos Medievales. Copistas e iluminadores, Madrid, Akal, 1999, y Elisa Ruiz, Introducción a la Codicología, pp. 55 y ss..

2. “Codices rescripti. A list of the oldest Latin palimpsests with stray observations of their origin”, en Mélanges Eugène Tisserant V, Vatican City, 1964 (Studi e Testi, 235), pp. 67-113 (Reimpr. Palaeographical Papers 1907-1965, Oxford, 1972, II, pp. 481-519).

3. Pierre Riché, Education and Culture, p. 403-404.

4. CLA, VI, 809. Cit. Pierre Riché, Education and culture, p. 429.

5. M. Mostert, The library of Fleury, p. 20-21.

6. Elisa Ruiz, Manual de Codicología, p. 51.