Los codicólogos han dedicado abundantes esfuerzos para determinar cómo se hacían realmente los cuadernos. Y no era cosa tan sencilla como puede parecer. Recordemos que existen sutiles diferencias entre el lado del pelo y el lado de la carne en el pergamino, y también el papel hecho a mano, si se observa con atención, muestra ligeras diferencias entre el lado que estuvo en contacto con la forma y el lado superior.
Pues bien, casi sin una sola excepción, las páginas enfrentadas en una misma plana (o abertura del libro) están formadas por el mismo lado del material, es decir, en el pergamino el lado de la carne o el lado del pelo, y en el papel el lado de la forma o el lado superior.
Se trata de un rasgo extraordinariamente fijo, y sin embargo no aparece mencionado en los manuales medievales. Una alteración en este orden es tan rara que suele ser la primera indicación de que al manuscrito le faltan hojas o que su estructura ha sido alterada.
Los cuadernos debían comenzar –y obviamente terminar– por un mismo lado del pergamino. La elección de una u otra cara dependía de los usos locales o temporales. Por ejemplo, en los manuscritos del Bajo Imperio Romano y del mundo ortodoxo griego, las páginas primera y última de un cuaderno están constituidas por el lado interno del pergamino, práctica utilizada de nuevo durante la época humanística del siglo XV italiano. Pero en el resto de Europa, desde el período precarolingio hasta el gótico, ocurre lo contrario esto es, que las páginas primera y última de un cuadernillo corresponden al lado externo del pergamino. Acaso ello se deba simplemente a que los artesanos de a época clásica comenzaban su trabajo con el lado externo hacia arriba, mientras que los de la época medieval lo hacían al revés, y a que la costumbre quedó tan arraigada que raramente se introducía algún cambio.
El teólogo y filólogo germano americano Caspar René Gregory (1885) fue el primero en formular este principio técnico, observado generalmente por doquier, de ahí que habitualmente la regla sea llamada “ley de Gregory” por el nombre de su descubridor.
Sería fácil suponer que los copistas no buscaban otra cosa que un equilibrio de dobles páginas iguales al poner una frente a otra, en todo caso con mínimas diferencias de textura en sus superficies. Ello puede ser cierto, pero ocurre de manera demasiado persistente, incluso en ejemplares poco elegantes en que sin duda los copistas no presentaban demasiada atención al aspecto. Es muy posible también que sea resultado de los métodos de plegado.