El pergamino y el papel preparados por sus respectivos fabricantes se suministraban en grandes hojas rectangulares. Las dimensiones del pergamino dependen de la forma del animal proveedor de la piel, y como son oblongas (con una pata en cada uno de los cuatro extremos o ángulos), oblongas son también las hojas de pergamino, incluso cuando han sido cortados sus lados irregulares. A la hoja inicial de pergamino o papel la denominamos “pliego”, precisamente porque había que plegarla.
Al doblar el pliego de papel o pergamino por la mitad, en cuartos, octavos, dieciseisavos, etc., siempre quedará más alta que ancha. La razón, claro está, es que la hoja original es rectangular y no cuadrada. Es evidente que el pergamino era trabajado de acuerdo con esta fórmula, la cual no varió cuando empezó a utilizarse el papel, que se fabricaba en igual formato rectangular, lo que producía idénticos resultados al ser doblado. Y si los libros, incluso hoy, son más altos que anchos, es porque en su pasado medieval hubo un milenio en que se hacían doblando pergaminos que tenían la forma del animal, esto es, oblonga. Ello no tiene necesariamente que ver con el tamaño. Los manuscritos pueden ser enormes, como los libros de coro españoles del siglo XVI o el Codex Gigas de Estocolmo, del siglo XIII, que mide cerca de un metro de alto, pero también pequeños como joyas, y no mayores que media caja de cerillas, como algunos libros de rezos.
Al contrario que las hojas de papel, las pieles de los animales no vienen en formato estandarizado y su tamaño original no es evidente, si bien a veces es posible calcularlo a través de pequeñas marcas o defectos en la piel, así como las señales de la espina dorsal y las regiones marginales. De esta manera J.P. Gumbert ha calculado que el tamaño de las pieles usadas en Alemania, Francia y (presumiblemente) Inglaterra oscilaba entre 44 y 80 cm de largo, siendo la mayoría de unos 68 cm., mientras que en Italia eran algo menores, entre 52 y 42 cm.
Pero por supuesto, el número de dobleces que recibía el pliego inicial (además del tamaño de este) determinaba el tamaño del libro. L. Gilissen ha estudiado los modos de doblar las pieles para formar los cuadernos.
Si se emplea la pieza primigenia del soporte sin doblar, se obtiene obviamente la superficie de mayor extensión. Este formato recibe el nombre de en-plano, in-plano o atlante. En el caso de que se quiera construir un cuaderno de este tamaño, cada una de las unidades equivaldrá a un folio, y para su fijación será necesario recurrir a pestañas o cartivanas. Como era de esperar, el uso de este tamaño de libro fue muy limitado.
El hecho de doblar un pliego sobre sí mismo origina diversos formatos. Los más comunes son los plegados que se pueden calificar de “naturales” y tradicionales. Son los plegados in-folio (una doblez), in-quarto (dos dobleces) e in-octavo (tres dobleces). Otras opciones menos usuales y más modernas son en dozavo (cuatro dobleces, 2-1-1), en dieciseisavo (cuatro dobleces) y en treintaidosavo (cinco dobleces).
En el plegado en-folio la hoja recibe un único pliegue central en el sentido de la anchura, para formar dos folios o un singulión:
Cuando cada bifolio está formado por la mitad de una hoja plegada paralelamente a su lado mayor, se obtiene un formato muy estrecho y alargado que recibe el nombre de medio-in folio. Este tipo de libro es utilizado para confeccionar manuscritos de contenido documental, particularmente registros:
El plegado en cuarto consiste en dos dobleces sucesivos de la hoja por el medio, lo cual origina un binión o un cuaderno de cuatro folios.
En el ámbito occidental se solía preferir que la cara externa o folio 1r de los cuadernos fuese el lado del pelo. Si se escogía esta disposición quiere decirse que el primer doblez se hacía dejando hacia fuera precisamente esa cara del soporte.
Como en el caso anterior, son raros los cuadernos formados por un solo binión. En cambio son muy frecuentes los constituidos por dos biniones, que juntos constituyen un cuaternión. Para constituir un cuaternión a partir de dos biniones existen dos posibilidades, que denominamos sistema de cuadernos encartados y sistema de cuadernos alzados.
El sistema de cuadernos encartados consiste en formar un cuaternión a partir de dos hojas plegadas por separado y colocadas luego una dentro de la otra. Es el procedimiento más registrado.
El orden y sentido de las operaciones es el siguiente:
El sistema de cuadernos alzados consiste en formar un cuaternión a partir de dos hojas yuxtapuestas por la misma cara y plegadas simultáneamente:
El orden y sentido de las operaciones es el siguiente:
El plegado in-octavo es un modo de plegado según el cual cada hoja recibe tres dobleces por el medio, de tal manera que se obtiene de cada una de ellas un cuaternión, o sea, ocho folios.
Los procedimientos diferentes que se pueden aplicar son cuatro, que L. Gilissen denomina tipos A, B, C y D.
Tipo A:
El resultado es la siguiente distribución de páginas en el pliego:
Tipo B:
El resultado es la siguiente distribución de páginas en el pliego:
Tipo C:
El resultado es la siguiente distribución de páginas en el pliego:
Tipo D:
El resultado es la siguiente distribución de páginas en el pliego:
El simple hecho de doblar el pergamino no es, sin duda, la única explicación del cuaderno, como puede verse en la dificultad que supone conseguir unidades de diez hojas.
Ahora bien, es posible que las coincidencias que se encuentran en los bordes de las hojas y que hicieron a Gilissen deducir la forma de plegado de los cuadernos puedan explicar también un modo distinto de proceder. Tal como ha observado J.P. Gumbert, si uno va cortando las hojas a partir de las pieles enteras y dejándolas en una pila, y luego las coge para formar los cuadernos en el orden inverso (es decir, comenzando por las de más arriba), obtendrá exactamente los mismos resultados que mediante los sistemas de plegado propuestos por Gilissen. Y este sistema explica además mejor la existencia de quiniones y seniones en los que también se aprecia la continuidad entre las distintas hojas.
Así mismo se practicaba el aprovechamiento de trozos, aunque fuesen de distinta procedencia. Si no había bifolios suficientes para formar todos los cuadernos, pero sí hojas de menor tamaño, podía recurrise a ellas para formar los cuadernos, simplemente utilizando dos de ellas unidas mediante una cartivana o mediante pestañas; de existir, se encuentran sobre todo en la posición 3+6 o 2+7 del cuaternión, y jamás en la posición 1+8. Esta forma de operar es bastante frecuente en los manuscritos antiguos de procedencia griega, hebrea o árabe; en los latinos, aunque es más infrecuente, no es excepcional.
El hecho de preparar un fascículo de esta manera exigía observar escrupulosamente una disposición concreta de los bifolios en el acto de su superposición o encartado de los mismos, con el fin de observar la regla de Gregory.
Poseemos muy poca información sobre el modo en el que el copista recibía los soportes para la copia, esto es, los bifolios o los cuadernos. Las posibilidades son múltiples:
Si se empleaba el sistema de formar cuadernos a partir de bifolios independientes, cabe suponer la costumbre de ir usando ordenadamente las distintas partes de una piel para la confección de los sucesivos fascículos, según lo exigía la extensión de la obra proyectada. Tal uso resulta explicable por razones de economía y también por motivos de índole estética, esto es, conseguir una calidad homogénea de la materia prima.
Para mantener unidas las hojas ya cortadas y evitar que el cuaderno se desbaratara, podían sujetarse de manera temporal por medio de una pequeña y retorcida tira de cuero que atravesaba en ángulo interior. Algunas de estas frágiles y efímeras correíllas han llegado hasta nosotros, y han sido estudiadas por M.Gullick1. La mayoría debieron de ser eliminadas en el momento de la encuadernación, dejando unas pequeñas perforaciones en el plegado o cerca de él, que no eran reutilizadas por los encuadernadores.
Estas correíllas o “grapas” eran bucles de hilo o finas tiras de pergamino retorcidas, uno de cuyos extremos era ligeramente más ancho y en el se practicaba una incisión, y por ella se hacía pasar el otro extremo, que terminaba en un nudo. Todavía se encuentran en los manuscritos etiópicos y están documentadas también en los coptos, griegos y eslavos; recientemente al menos una ha sido hallada en un manuscrito hebreo2.
La colocación en el cuaderno solía ser hacia la cabecera, en las siguientes posiciones (diagrama de J.P. Gumbert3):
La posición de los agujeros destinados a estas “grapas” dentro del mismo manuscrito es irregular, lo que viene a demostrar que se hacían independientemente unas de otras.
Este sistema está incluso descrito por Alejandro Neckam, De nominibus utensilium (ca. 1180):
[quaternus] cidula sive appendice tam in superiori quam in inferiori parte folia habeat conjuncta (el cuaderno debe mantener sus hojas unidas, tanto por la cabeza como por el pie, por medio de una correíta o una grapa).
El momento en que se colocaban las grapas no está muy claro. Algunos sistemas de pautado parecen exigirlas, mientras que otros exigen que no estén. De todos modos, lo más probable es que en este último caso el cuadernillo se grapase inmediatamente después de esta operación, y así permanecía solidario durante todo el proceso de escrituración y decoración, hasta el momento de la encuadernación. Este método de trabajo explica además por qué los cuadernos solo llevan signatura de cuaderno (véase el apartado siguiente), al menos hasta el siglo XII.
Muy pocas de tan frágiles y efímeras correíllas han llegado hasta nosotros, ya que la mayoría debieron de ser eliminadas en el momento de la encuadernación. Todo esto, sin embargo, ha de ser considerado con cierta precaución. Unos escasos restos como los mencionados no indican necesariamente una práctica generalizada.
Después del siglo XII las “grapas” parecen haber desaparecido (al menos a eso apuntan las observaciones de M. Gullick), y para compensar aparecieron nuevas prácticas que ayudaban a mantener los bifolios ordenados dentro del cuaderno, tales como la presencia de signaturas en todos los bifolios y la “imposición”, si no en las ocho hojas del cuaternión, al menos por “cuadrifolios” (dos bifolios intonsos, unidos por la cabeza o el pie).
El problema se complica más ante la inquietante posibilidad de que, al menos ocasionalmente, los cuadernillos fueran, en la Edad Media, escritos antes de haber sido cortados, mediante una técnica que en términos tipográficos se denomina “imposición”4. El copista necesitaba calcular de modo correcto la disposición de líneas y de márgenes de cada página en el pliego sin cortar, lo que implica que el copista no podía tanscribir el texto de forma "natural", esto es, siguiendo la lógica normal de lectura del texto, una página tras otra, y así, dependiendo del sistema empleado de plegado (véase mas arriba), puede suceder que la página 1 corresponde al segundo cuarto de la parte inferior del pliego; la página 2 al tercer cuarto del reverso; la página 3 a la izquierda de la anterior; la página 4, en su reverso; la página 5 encima de la 4, pero invertida… Solo cuando al final el pliego era doblado y cortado las dieciséis páginas aparecían consecutiva y correctamente.
Se trata de una cuestión en verdad muy compleja. Los codicólogos han intentado dar diferentes explicaciones, haciendo generalizaciones y tomando como base para ello preciosas piezas incompletas que han sobrevivido y llegado hasta nosotros; aparecen en ella textos escritos en pliegos totalmente intonsos, con ocho páginas a cada lado.
El manuscrito A.IV.34 de la catedral de Durham, del siglo XII, igual que otros manuscritos que parecen haber sido hecho de esta manera, son probablemente algo excepcional, no muy práctico ni habitual.
Sin embargo, sabemos con certeza que en ocasiones los cuadernillos eran doblados y cortados, con excepción de unos escasos milímetros en la parte superior del doblez central, lo cual permitía que el pergamino fuese abierto página a página para escribir en ellas, antes del tijeretazo final que habría de separar las páginas definitivamente.
Si por el contrario el sistema empleado era el de los bifolios independientes, cabe suponer la costumbre de ir usando ordenadamente las distintas partes de una piel para la confección de los sucesivos fascículos, según lo exigía la extensión de la obra proyectada. Tal uso resulta explicable por razones de economía y también por motivos de índole estética, esto es, conseguir una calidad homogénea de la materia prima.
La impresión general es que hasta el siglo XII los copistas escribían sobre fascículos provistos de algún tipo de unión provisional (como grapitas de pergamino), pero que a partir del XIII las práctica habitual sería transcribir el texto en bifolios sueltos o acaso cuadrifolios (esto es, dos bifolios solidarios por el margen superior). Pero lo cierto es que de momento no se puede afirmar taxativamente nada al respecto y menos aún sobre las diferencias entre distintas épocas o áreas geográficas, porque no se ha descubierto ninguna fuente escrita aclaratoria sobre este particular y las fuentes iconográficas son inconcluyentes, puesto que las más de las veces muestran a los copistas escribiendo sobre folios sueltos o sobre volúmenes ya encuadernados.
Sí que disponemos sin embargo de algunos indicios indirectos (todos ellos circunstanciales):
En cuanto a la práctica de la (mal llamada) imposición (o sea, la copia del texto en pliegos sin cortar, ya plegados o no), está atestiguada por la existencia de códices cuyos cuadernos presentan algún pliego sin abrir o al menos no abierto del todo. La lista completa de los indicios que permiten afirmar que un manuscrito dado ha sido transcrito de esta manera puede encontrarse en Carla Bozolo y Ezio Ornato, Pour une histoire du libre manuscrita u Moyen Âge. Trois essais de codicologie quantitative, Paris, 1980, cap. II: “La constitution des cahiers dans les manuscrits en papier d’origine française et le problème de l’imposition”, pp. 123-212. Una lista de los manuscritos puede encontrarse en Gilissen, Prolégomènes à la codicologie, 1974, actualizada por Peter Obbema, “Een bijzondere manier van schrijven” (1996). Todos los ejemplos son latinos y ningún dato permite suponer que prácticas similares se utilizasen en el mundo griego.
1. “From scribe to binder. Quire tackets in twelfth century English manuscripts”, en J.L. Sharpe (ed.), Roger Powell: the compleat binder, Bibliologia 14, Turnhout, Brepols, 1996, pp. 240-259. Desde la publicación del trabajo de M. Gullick se han identificado algunas más. Véase W.K. Gnirrep, J.P. Gumbert, J.A., Szirmai, Kneep en binding, Den Haag, 1992; Agnes Scholla, Libri sine asseribus. Zur Einbandtechnik, Form und Inhalt mitteleuropäischer Koperte des 8. bis 14. Jahrhunderts, tesis, Leiden 2002.↩
2. Oxford, Bodl. Heb. d. 11, del s. XIV.↩
3. “The tacketted quire: an exercise in comparative codicology”, Scriptorium 64/2 (2011), pp. 299-320, fig. 1.↩
4. Véase por ejemplo Pieter F.J. Obema, "Writing on uncut sheets", Quaerendo 8/4, pp. 337-354.↩