A diferencia de la ilustración, la ornamentación tiene en origen una finalidad eminentemente práctica: articular las distintas partes del texto en función de un sistema jerárquico constituido por elementos de diferentes tamaños, en el cual sistema los elementos de mayor tamaño señalan las secuencias más importantes del texto, y los elementos más pequeños las secuencias textuales de menor importancia.
Puede ser extremadamente útil a la hora de localizar la procedencia espacio-temporal del manuscrito, ya que mientras que la ilustración puede ser posterior, al menos buena parte de la ornamentación (aquella que consiste básicamente en signos alfabéticos) es casi con seguridad contemporánea a la escritura y acaso esté realizada (al menos en parte) por el propio copista.
Reservamos el nombre de “letras distintivas”1 para designar aquellos caracteres alfabéticos que intencionadamente sobresalen del resto del texto por su módulo, forma u ornamentación, con la finalidad de producir algún impacto en el lector. En realidad, son signos que ofrecen peculiaridades morfológicas con la finalidad de establecer una jerarquía gráfica en el seno de la página.
Las letras distintivas pueden aparecer bien en forma de secuencias gráficas o bien de manera aislada.
Se trata de textos compuestos por letras de módulo grande, elegantes, artificiosas y trazadas de manera pausada y/o en tinta de otro color (en general rojo). Por supuesto, su función primordial es realzar el contenido del mensaje verbal representado. De ahí que se emplee en encabezamientos en sentido lato (títulos, rúbricas, titulillos, etc.) y citas y nombres de especial relevancia. Para este menester se solían emplear abecedarios tomados de estilos gráficos caídos en desuso, pero prestigiado por su antigüedad, tales como capitales epigráficas, unciales, góticas, etc.
Desde el punto de vista de su diseño descuellan las llamadas “letras enclavadas”, consistentes en una combinación de signos en los que unos están inscritos en el cuerpo de otros o en la concavidad del carácter precedente.
Esta modalidad fue muy empleada en la escritura visigótica, recibiendo un tratamiento peculiar algunos grafemas (por ejemplo la O en forma de corazón, la A invertida y la T con copete).
Las letras distintivas aisladas comienzan unidades textuales de extensión variable, de ahí el nombre genérico de “iniciales”. Estas en sus orígenes desempeñaban una función demarcativa, es decir, indicaban articulaciones del contenido en un sistema en el que para expresar la jerarquía conceptual dentro de la página se recurrió a establecer distintos tamaños en las letras iniciales: por lo general se usan dos modalidades, a las que denominaremos letra capitular e inicial secundaria respectivamente.
La denominación de letra capitular o capital se aplica al signo alfabético empleado para comenzar las partes más importantes de la obra. Se distingue por su mayor módulo y/o por una decoración más rica que otras iniciales que figuren en la misma composición. Ocasionalmente las letras capitulares pueden llegar a ocupar la totalidad de la superficie de la página.
La letra secundaria es a aquella letra que comienza divisiones internas de un texto dado.
Como las primeras letras decoradas son del siglo IV, Nordenfalk ha relacionado su introducción con el cambio operado más o menos por las mismas fechas en relación a la condición social del copista, que para estas fechas comienza a ser un hombre libre en lugar de un esclavo. En algunos casos la divisoria entre el copista y el artista se hace extraordinariamente difusa.
La categoría de las iniciales, tanto capitulares como secundarias, comprende una amplísima gama de variantes morfológicas. Según el Vocabulario de Codicología, se distinguen las siguientes:
En Occidente y para la escritura latina se formó muy pronto una auténtica tipología jerarquizada de iniciales en la que se distinguen dos grandes periodos:
Del siglo VIII al XII encontramos cuatro tipos de iniciales: a la cabeza de la jerarquía se halla la inicial historiada (pintada o dibujada, conteniendo dentro de su campo una escena, un personaje o un contenido histórico o simbólico); después una inicial decorada (pintada o diseñada, antropomórfica, zoomórfica, fitomórfica o con motivos decorativos geométricos), seguida de una inicial decorada de algún color, y finalmente una inicial simple o desnuda, de un color distinto y acaso de formato ligeramente mayor que el texto escrito. Pero todavía ni las fronteras entre los diferentes tipos de iniciales ni el orden jerárquico son especialmente rígidos. Las diferencias de tamaño o de técnica tienen a menudo más fuerza que la diferencia de tipo; es decir, las consideraciones de tipo, de tamaño y de técnica aún conservan cierta independencia. Por otra parte, durante este periodo la inicial suele estar acompañada por un conjunto complejo de escrituras de aparato, consistentes en rúbricas, primeras palabras o primeras líneas del texto escritas en color y módulos o caracteres diferentes que sirven para marcar las articulaciones del texto.
Hasta el siglo XII los colores más utilizados para estas iniciales secundarias fueron el rojo y el verde, en un patrón alternado.
El segundo de los grandes periodos comienza durante el curso del siglo XII y se desarrolla sobre todo en el contexto del nacimiento de la universidad de París. Es entonces cuando se establece una auténtica jerarquía de iniciales a dos niveles, uno en pintura y otro en tinta, que perdurará durante el resto de la Edad Media. Esta jerarquía asocia de forma lógica las consideraciones de tipo, tamaño y técnica:
Ahora bien, el número máximo de tipos de iniciales que se encuentran en un manuscrito homogéneo es normalmente cuatro. Las preferencias de los decoradores y el presupuesto de sus clientes determinaban cuáles eran los tipos elegidos, pero en cualquier caso la jerarquía de tipos se mantuvo prácticamente sin excepciones.
En los manuscritos góticos, a partir del siglo XIII, el azul sustituye al verde como color preferido, probablemente promovido a color preferido por el valor simbólico que adquirió en la cultura bajomedieval2.
Esta nueva clasificación escolástica surgió inicialmente para poder distinguir gráficamente los dos textos de las biblias glosadas (esto es, el texto bíblico propiamente dicho, y sus glosas), y el sistema se extendió rápidamente a otros textos universitarios.
La escritura puede ser valorada mediante la adición de diversos elementos ornamentales. Según la disposición, forma y tamaño de los mismos cabe establecer una tipología. Presentan unas decoraciones muy características.
Dentro del género de las tablas, procedimiento que recoge datos técnicos distribuidos sistemáticamente, merece ser destacadas las de concordancia de los evangelios o cánones eusebianos, las tablas pascuales y las genealogías.
Las tablas de concordancias o “canon” de los cuatro evangelios3, atribuidos a Eusebio de Cesarea (+339/340), son unas concordancias de los pasajes de la vida y enseñanzas de Jesucristo según aparezcan narradas en los cuatro evangelios (canon I), en tres de ellos (cánones II-IV), en dos (cánones V-IX) o en un único evangelio (canon X).
Suelen aparecer al frente de los evangeliarios, precedidas por la Epistola de Eusebio a Carpiano, se difundieron por toda la Cristiandad, de Oriente a Occidente, en dos versiones de doce y dieciséis arcadas (y existe una tercera versión, más rara, que incluye breves resúmenes), y muy pronto estos cánones desarrollaron una técnica artística de tipo ilusionista que, con el tiempo, fueron enriqueciéndose y llegaron a alcanzar altísimos niveles de ejecución. El ejemplar conservado más antiguo es del siglo VI (Vat. lat. 3806).
Los calendarios son muy frecuentes, sobre todo en libros litúrgicos y devocionales. Pueden estar muy ricamente decorados o ser eminentemente prácticos y de diseño sencillo, pero siempre aparecen en forma de tabla y utilizan tintas de diversos colores para destacar los días de las fiestas litúrgicas más importantes (por lo que son además buenos indicadores sobre el origen y procedencia del manuscrito, ya que además de las fiestas generales de toda la cristiandad señalan las fiestas locales).
Un caso aparte lo constituye el tratamiento de la primera página de los manuscritos medievales, que suele carecer de elemento liminar, aunque ya se encuentran algunas muestras que prefiguran la solución técnica posterior de la portada5.
Algunas portadas estaban diseñadas para orientar al lector, por lo que proveen alguna orientación bibliográfica, incluyendo el nombre del autor, el número de libri que la obra contiene y alguna otra información que pueda hacer las veces de accessus.
Tal sucede, por ejemplo, en el códice 25 de la RAH (fol. 16v), donde además del título de la obra indicado mediante una escritura de aparato se incluye un auténtico reclamo publicitario sobre las excelencias de la misma.
Otro aspecto al que se ha prestado poca atención son los diseños que contornean los textos de algunos marginalia. Son de forma muy variada, por ello pueden ser de ayuda para la atribución de la obra en cuestión a un artesano o taller concretos.
Hay un subgrupo formado por unas anotaciones que se colocaban en determinadas traducciones a la altura de pasajes que requerían comentario. Dichas adiciones son llamadas incidentes. De hecho, el vocablo aparece abreviado bajo la forma de una I, más o menos estilizada. El signo servía de separación respecto del texto base, puesto que la explicación se incrustaba en la caja del pautado.
Otro procedimiento ampliamente utilizados para realzar fragmentos de texto es introducirlos en algún objeto que los realza. Estos objetos pueden ser:
Con este nombre se denomina el texto copiado de tal manera que las líneas de escritura o ciertas letras formen un dibujo geométrico o figurativo. En realidad, tales muestras no son otra cosa que una expresión de manierismo formal. Obligan al usuario a practicar una lectura analítico-discursiva y al mismo tiempo otra sintético-ideográfica, con lo que el significado del texto se ve enriquecido.
La armónica distribución de los espacios origina que el conjunto sea interpretado “gestálticamente”. Los blancos, que son la condición necesaria para que exista la escritura, se vuelven tan significativos como esta, dejando de ser superficies asémicas.
Este género de composición gráfica está testimoniado ya en el mundo griego. Los primeros antecedentes conocidos se remontan a la etapa helenística. Luego estos exponentes del gusto por el artificio se han ido recuperando periódicamente en función de las corrientes artísticas.
Una variedad relacionada con el caligrama es el adorno llamado “pie de lámpara”. Se trata de la disposición ornamental de una secuencia o de un final de texto en los que las líneas se van reduciendo en extensión progresivamente por ambos extremos, de manera que se origina una figura triangular. Este recurso ha sido muy utilizado a lo largo de toda la historia del libro.
El carmen figuratum (plur. carmina figurata) (en griego technopaegnia) o poema figurativo6 es una composición poética en la que ciertos elementos del texto están enfatizados a través de ciertos medios visuales, normalmente una imagen, de modo que ofrecen un mensaje distinto del texto principal. El texto contenido dentro de la imagen recibe el nombre de intextus, derivado de intexo, -ere (=tejer), por lo que puede traducirse como “entretejido”. El carmen figuratum funciona por tanto en dos niveles , el del texto principal y el de los textos entretejidos, a lo que hay que añadir la imagen propiamente dicha. Los tres niveles del carmen figuratum (texto, entretejido y figura) deben considerarse no como elementos yuxtapuestos, sino como una simbiosis, y por tanto deben “leerse” conjuntamente.
Los orígenes del carmen figuratum se remontan al antiguo Egipto a principios del segundo milenio antes de Cristo. El mundo griego lo conoció en su época helenística, pero el género solo alcanzó un desarrollo digno de mención con el poeta del s. IV d.C. Publio Optaciano Porfirio, que creó el modelo que más tarde seguirían algunos poetas latinos tempranomedievales, comenzando por Venancio Fortunato (s. VI), S. Aldelmo de Malmesbury (640-809), S. Bonifacio, Alcuino de York y, sobre todo, Rabano Mauro (ca. 780-856), con quien el género alcanza su más alta expresión en la colección de carmina figurata con sus correspondientes comentarios en prosa conocida como De laude Sanctae Crucis o In honorem Sanctae Crucis.
Utilizamos este término para referirnos a un conjunto de realizaciones heterogéneas que tienen como denominador común el gusto por la ingeniosidad, las formas crípticas y la búsqueda estética. A esta categoría pertenecen los laberintos, los acrósticos y algunas expresiones enigmáticas (monogramas, anagramas, etc.). Tales variantes suponen un ingenuo desafío para un eventual lector, quien se verá obligado a realizar una descodificación de segundo grado para interpretar el mensaje correctamente.
Uno de los artificios más interesantes de esta categoría es el laberinto. Bajo esta denominación entendemos un tipo de composición formado por líneas de escritura que deben ser leídas en una dirección particular para poder averiguar su significado. Por lo general, las letras están inscritas en una retícula de color y presentan elementos ornamentales diversos. El contenido de estos textos suele ser fórmulas estereotipadas que indican el nombre del posesor, del dedicatario o del artesano que ha intervenido en la confección del libro. En los manuscritos visigóticos se encuentran magníficos ejemplos de este procedimiento decorativo.
Otras modalidades son el acróstico o conjunto de líneas de escritura en el que las letras iniciales, medias o finales forman verticalmente un vocablo o una frase; el monograma o combinación de letras que forman un dibujo al tiempo que son portadoras de un significado; y el anagrama que resulta de la transposición de letras constitutivas de una palabra o frase.
Un buen ejemplo es un poema de Eugenio Vulgario (un poeta italiano relativamente bien conocido de finales del siglo IX y principios del X) en honor del papa Sergio. La composición (que también es un carmen figuratum que reproduce la forma de una siringa, o sea, un salterio con diez cuerdas), contiene un acróstico (Salve Sergi), un teléstico (Summe rerum) y un mesóstico (limitado a los versos 4 y 5: Papa).
Este género de recursos conjuga los elementos decorativos con los efectos interpretativos. El placer de la lectura se distribuye entre el plano del significante y el del significado.
1. El término “letras distintivas” no aparece en el Vocabulario de Codicología. Está tomado de Elisa Ruiz, Introducción a la Codicología.↩
2. Sobre el valor simbólico del azul puede verse Michel Pastoureau, Blue: the history of a color.↩
3. Sobre los cánones eusebianos ver Eberhard Nestle, “Die eusebianische Evangelien-Synopsis”, Neue kirchliche Zeitschrift 19 (1908), pp. 40-51, 93-114, 219-232, y, sobre todo, C. Nordenfalk, Die spätantiken Kanontafeln, Göteborg, 1938.↩
4. El Vocabulario de Codicología define “frontispicio” como la “decoración a página completa, en la que se incluye la intitulación del texto” (Voc. nº 521.01). Puede ir acompañado de un “contra-frontispicio”, o “decoración a página completa que se enfrenta al frontispicio o a la página del título” (Voc. nº. 521.02).↩
5. Para la portada véase M. M. Smith, The Title-Page, its early development, 1460-1510, London, 2000. J.C. Fredouille (ed.), Titres et articulations du texte dans les oeuvres antiques, Paris, 1997. P. Lehmann, “Mittelalterliche Büchertitel”, en Erforschung des Mittelalters, Leipzig, 1941, Stuttgart 1959-62, vol. 5, pp. 1-93.↩
6. Sobre el carmen figuratum ver Ulrich Ernst, Carmen figuratum, 1991; Giovanni Pozzi, La parola dipinta, 1981; Michele Ferrari, Il Liber s. crucis de Rabano Mauro: Testo-Immagine-Contesto, 1999, N.M. Mosher, Le texte visualisé. Le calligramme de l’époque alexandrine à l’époque cubiste, New York, 1990, y en español, M. d’Ors, El caligrama, de Simmias a Apollinaire. Historia y antología de una tradición clásica, Pamploma, 1977, y los trabajos de César Chaparro Gómez, sobre todo “A vueltas con los carmina figurata: Optaciano Porfirio, Eugenio Vulgario y Fortunio Licenti”, Myrtia 25 (2010), pp. 131-148, donde puede encontrarse además alguna bibiografía complementaria.↩