Un códice es un objeto único y valiosísimo que ha tenido que sobrevivir las incurias del tiempo durante centenares de años para llegar hasta nosotros, y por lo tanto no puede manejarse a la ligera. La mayoría de las grandes bibliotecas son muy renuentes a servirlos si no se aducen buenas razones para ello por parte del investigador. Por eso no es buena idea presentarse en una biblioteca y solicitar el préstamo de un manuscrito simplemente por la curiosidad de verlo o por capricho, y mucho menos solicitar un grupo de ellos con el fin de elegir uno para trabajar con él.
De hecho, la mayor parte de las bibliotecas requieren trámites específicos antes de permitir al investigador la consulta de sus manuscritos, que en muchos casos implican justificar de alguna manera la necesidad de esa consulta. Es muy frecuente exigir cartas de presentación, o incluso realizar una pequeña entrevista durante la cual el conservador tiene la oportunidad de percatarse de la preparación del investigador. Y por supuesto esa entrevista se realiza con cita previa, o sea, que es mejor cerciorarse de todos los trámites necesarios antes de presentarnos en una biblioteca para consultar un manuscrito, sobre todo si la visita a la biblioteca implica desplazamientos largos.
Por eso, antes de presentarnos en la biblioteca ante el conservador de manuscritos, hay que haber “hecho los deberes”.
El catálogo, en la modalidad que esté y cualquiera que sea su grado de exhaustividad (muchísimos están todavía muy incompletos) será necesariamente el primer instrumento de estudio, por ejemplo para saber el número de manuscritos que existen de cierta época en una biblioteca determinada o para localizar los manuscritos que contienen las obras de un autor, o cualquier otro criterio. También es aconsejable recabar toda la información que sea posible de fuentes secundarias, esto es, estudios e investigaciones en los que se mencione “nuestro” manuscrito u otros manuscritos relacionados con él.
Una vez localizado el manuscrito o grupo de manuscritos que pretendemos estudiar, si están digitalizados y disponibles online completa o parcialmente, es conveniente comenzar por un examen a conciencia de la digitalización, ya que, al estar normalmente en color, permitirá acceder a mucha información. Y lo mismo puede decirse de los facsímiles de alta calidad, también llamados “pseudo-originales”, cuando estos existen.
En el caso de que no exista facsímil publicado y que la digitalización no esté accesible online, lo mejor es encargarla a la biblioteca donde se custodia el manuscrito, o si ello no fuese posible, una reproducción en microfilm.
La reproducción en microfilm tiene la desventaja sobre la digitalización de que está en blanco y negro (y a menudo en negativo) y que requiere una máquina especial para poder leerla, pero de todos modos permitirá algunas operaciones de identificación (sobre todo las operaciones relacionadas con el texto y la escritura), pero tienen la ventaja de que son fáciles de adquirir, porque muchas bibliotecas tienen su colección de manuscritos microfilmada ya, por lo que solo necesitan hacer una copia del microfilm “maestro”.
En cualquier caso, un estudio en profundidad requerirá antes o después la consulta directa del manuscrito en cuestión, después de sortear todas las dificultades administrativas que a menudo surgen continuamente.
Una vez dentro de la sala de lectura es necesario observar ciertos comportamientos.
Asegúrate de que te has lavado las manos previamente, para no dejar grasilla sobre las hojas del manuscrito. O mejor todavía, lleva guantes blancos de algodón contigo, lo cual no solo protegerá al manuscrito de tus manos, sino también a tus manos del polvo centenario de los manuscritos.
Si llevas contigo un ordenador portátil adviértelo antes al jefe de la sala. Es muy posible que debas dejar la funda en el guardarropa o en las taquillas fuera de la biblioteca. Piensa además que si estás visitando una biblioteca fuera de tu país los enchufes pueden ser distintos, así que no se te olvide un adaptador.
Para leer un manuscrito jamás se sostendrá en las manos, sino que se colocará suavemente en soportes apropiados provistos por la biblioteca, de modo que el libro abierto mantenga una posición “relajada”. Para mantenerlo abierto por la página deseada no se sostendrá con los dedos, sino con pesitas también proporcionadas por la biblioteca.
Evita los movimientos bruscos al levantarte o al sentarte. Sé consciente que tienes delante un tesoro que ha sobrevivido cientos de años hasta llegar a tus manos, y que tiene que sobrevivir al menos otros tantos más.
Si abandonas la sala de lectura por más de unos breves momentos adviértelo al vigilante de sala y pregunta si es preciso devolver el manuscrito. En cualquier caso no lo dejes abierto: utiliza un marcapáginas, pero ten cuidado de no colocarlo directamente sobre una iluminación.
Notifica al jefe de sala cualquier deterioro o daño que veas en el manuscrito y que pienses que necesita atención. Es mejor “dar la lata” cien veces innecesariamente que dejar avanzar un deterioro que podría frenarse.
Y no olvides llevar contigo varios lápices bien afilados, pues suele estar prohibido escribir con bolígrafo. Si llevas varios lápices te ahorrarás tener que andar sacándoles punta cada breve rato. Algunos paleógrafos y codicólogos encuentran útil usar lápices de colores para transcribir las rúbricas y otros textos coloreados. Los colores más corrientes en los manuscritos medievales son el rojo, el azul y el verde.
Un microscopio de bolsillo puede servir también para este último cometido, aunque nunca podrá sustituir a los microscopios de laboratorio.
Para tomar medidas una regla de tamaño normal es en principio suficiente, aunque lo mejor es una cinta métrica calibrada en milímetros y de un material suave que no represente ningún peligro para el manuscrito. La cinta métrica se adapta fácilmente a la forma curvada de las hojas del manuscrito abierto. Puedes utilizar una cinta métrica como la de los sastres, pero córtale previamente la terminación de metal, para no dañar al manuscrito. También puedes conseguir cintas métricas de papel en muchas tiendas de bricolaje. Estas no cuestan nada y al ser de papel no pueden causar ningún daño.
Una plegadera de hueso puede usarse para sondear delicadamente los pliegues de las hojas, por ejemplo para observar el cosido en el centro de los cuadernos, pero si lo haces, hazlo con la máxima delicadeza.
Otros instrumentos pueden ser suministrados en la sala de lectura por el bibliotecario, y en cualquier caso hará falta su permiso expreso si son de propiedad particular.
Para examinar las marcas realizadas a punta seca puede utilizarse una fuente de luz fría de fibra óptica. Como los tubos son estrechos y flexibles, pueden ajustarse fácilmente a la inclinación necesaria para proporcionar una luz rasante, y como apenas emiten calor el peligro de dañar la superficie de la hoja es mínimo.
Los mismos tubos de fibra óptica pueden usarse para iluminar desde atrás las hojas de papel en orden a observar la filigrana.
Una lámpara de “luz negra” podrá revelar escrituras borradas o raspadas u otros detalles ocultos al ojo oscuro. También ayudará a identificar ciertos componentes químicos que son fluorescentes bajo este tipo de luz. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la “luz negra” es un intermedio entre la luz visible y la ultravioleta, y por lo tanto más energética que la luz visible, y su uso debe restringirse al mínimo necesario, y siempre con la supervisión y visto bueno del conservador de manuscritos. Y tampoco está de más recordar que puede tener efectos nocivos para el ojo humano.