Además de la Codicología, hay otras disciplinas que tienen como objeto principal el estudio del manuscrito en alguno de sus aspectos. A continuación presentamos brevemente las principales de esas disciplinas.
En líneas generales se puede definir la Paleografía como:
La ciencia historiográfica que tiene por objeto de estudio la escritura en general y en especial la evolución en el tiempo de las formas gráficas y su modo de ejecución, así como todos aquellos factores de cualquier índole (tecnológicos, económicos, sociales, culturales, políticos, estéticos, etc.) que las condicionan.
Aunque subsidiariamente y de un modo residual no puede olvidarse el antiguo significado de paleografía como:
La técnica de leer aquellos escritos cuyos caracteres, por su antigüedad, han caído en desuso y resultan ilegibles sin el adiestramiento adecuado.
Del concepto de Paleografía enunciado se infiere que es preciso considerar esta disciplina bajo tres aspectos:
Ahora bien, aunque estos tres aspectos están actualmente admitidos por la mayoría de los paleógrafos, no hay unanimidad en cuanto a precisar el contenido de la historia de la escritura, pues para algunos se limita al estudio de la sucesión de formas gráficas en el espacio y el tiempo, mientras que otros plantean la relación existente entre las formas gráficas y la sociedad que las produce. De todas maneras, estos tres factores no pueden aislarse unos de otros, ya que son tres etapas metodológicas que es preciso ligar entre sí.
Constituye la primera etapa. No se trata todavía de una ciencia, sino de un conjunto de reglas y métodos eminentemente prácticos que permiten la lectura e interpretación de un texto que resulta ininteligible a simple vista por su antigüedad.
Lo único que hace falta para alcanzar este nivel es intuición y facultades de interpretación que se adquieren con la práctica. Normalmente se aconseja al estudiante que coteje la lámina que transcribe con la transcripción realizada por un experto para habituar la vista a los caracteres y evitar interpretaciones erróneas.
En cuanto a la labor de transcripción, el principio fundamental que debe guiar a todo editor es el respeto al texto. Pero una edición no es un facsímil y debe ser plenamente inteligible, por lo que se utilizarán los sistemas modernos de puntuación, mayúsculas, etc., además de desarrollar todas las abreviaturas, pero respetando la ortografía original.
Durante la transcripción se siguen siempre una serie de convenciones destinadas a indicar los distintos elementos que aparecen en el original. El problema aquí es que cada escuela sigue sus propias convenciones, que pueden llegar a variar considerablemente. Por ello, a la hora de realizar una transcripción es preciso determinar previamente las reglas que se deseen seguir y en lo sucesivo circunscribirse a ellas estrictamente.
Se propone identificar, autentificar y clasificar los grafismos y es un instrumento imprescindible para la Diplomática, la Codicología y la Crítica textual.
Sus postulados fueron enunciados por Jean Mallon (Paléographie Romaine, 1952) y Leon Gilissen (L’expertise des écritures medievales, 1973) y parten de la necesidad de autentificar e identificar las escrituras manuscritas de una forma objetiva (desgraciadamente el investigador se ve obligado más a menudo delo que sería conveniente a emitir un juicio de conjunto en base a una intuición personal).
En síntesis el método de análisis se basa en los siguientes principios:
A partir de estos cuatro principios fundamentales Mallon y Gilissen identificaron una serie de elementos que permiten identificar todo tipo de escrituras en función de sus modo de ejecución. Los principales son: morfología, ductus, y ángulo de escritura. Los veremos más en profundidad en la unidad dedicada a “La copia del texto” (“Categorías genéricas de la escritura manuscrita y su análisis”).
Tiene su arranque en la escuela italiana, principalmente con Cencetti (“Vecchi e nuovi orientamenti nello studio della Paleografia”, La Bibliofilia 50 (1950)), quien traza la evolución de la escritura, tanto libraría como documental, de forma que va descubriendo su proceso histórico ligado a la evolución de la humanidad.
Más recientemente Armando Petrucci (“Libro, scrittura e scuola”, en La scuola nell Occidente latino dell’alto medioevo, 1972) y Attilio Bartoli Langeli (“Cultura grafiche e competenze testuali nell Quatrocento italiano", en Retorica e classi sociali, 1983) amplían el objeto formal de la Paleografía partiendo en sus investigaciones del nexo existente entre status social y escritura; su objetivo no se limita al análisis del signo gráfico, sino que se proyecta hacia la problemática de la comunicación humana. De esta premisa han surgido una serie de estudios sobre el alfabetismo y la educación gráfica que se basan preferentemente en el análisis paleográfico de los testimonios escritos espontáneos en escritura “usual” o “elemental de base”, que han producido algunos resultados dignos de mención, si bien se limitan al campo más especifico de las tipologías escriptorias. De esta manera, la historia de la escritura (esto es, la Paleografía en su acepción más auténtica) queda inextricablemente unida a la historia de la cultura y a la historia de la educación.
Una última vía es la seguida por Clanchy (From Memory to Written Record, 1979), que constata el incremento del uso de la escritura con una finalidad eminentemente práctica, ya que conlleva el aumento de la documentación, la necesidad de conservarla y utilizarla y la utilización de la escritura con una finalidad determinada. Esta vía desemboca necesariamente en la consideración de la escritura como vehículo de comunicación en una sociedad.
En definitiva, el estudio de la escritura en un período de tiempo amplio se puede plantear en dos niveles:
En cualquier caso, el resultado será una diacronía gráfica, atravesada por cortes sincrónicos que permiten captar la utilización de la escritura por las distintas capas sociales, el grado de difusión de la escritura y la valoración de esta. En este punto es preciso proceder con extrema delicadeza, ya que esta nueva orientación puede conducir a resultados aberrantes si no se aplican rigurosamente las técnicas de análisis de la escritura desarrolladas por Mallon y Gilissen (Pratessi, “Gli orientamenti della Paleografia”).
Hasta este momento la temática que se asocia a este tipo de análisis se limita al uso de la escritura por parte de los escribientes no profesionales y a la historia del alfabetismo. Pero esto implica, además, la historia del libro, sea desde el punto de vista de su producción como de su uso, la historia de la escritura de aparato y de lo expuesto (hasta ahora reservada a la Epigrafía), la historia de las técnicas y de las materias escriptorias y, en fin, todos los aspectos relacionados con la producción, la difusión y el uso de los testimonios escritos.
Como ejemplo de los nuevos temas de estudio propiciados por este nuevo método de análisis se pueden destacar la difusión del libro como instrumento de cultura escrita entre los estratos medio-bajos de la sociedad urbana europea de los siglos XIII al XV (L. Miglio, “Considerazioni ed ipotesi sul libro ‘borghese’ italiano del Trecento”, Scrittura e Civilta 3 (1979); Angelo Cicchetti y Raul Mordentia, “La scrittura dei libri di famigia”, en Letteratura italiana, ed. A. Asor Rosa, vol. 3/1, pp. 1117-59), los “programas de exposición gráfica”, esto es, la función de las escrituras de aparato expuestas en lugares públicos y sus implicaciones sociales y políticas (A. Petrucci, “Potere, spazi urbani e scritture esposte: proposteedesempi”, en Culture e idéologie dans la gènese de l’Etat moderne, 1985), así como la escritura de aparato en libros, manuscritos o impresos (A. Petrucci, La scrittura. Ideologia e rappresentazione, 1986).
Vemos, pues, que la línea divisoria entre esta modalidad de la Paleografía entendida como Historia de la escritura y la que hemos denominado "Codicología histórica" es sutilísima. Y de hecho a menudo los mismos investigadores se mueven a uno y otro lado de esa línea.
La inmensa mayoría de los textos no han llegado hasta el presente en su forma original (esto es, en el soporte en que fueron plasmados por su autor), sino a través de copias sucesivas. Por ejemplo, dado que no se ha conservado ningún manuscrito anterior al siglo IV y los que datan de antes del siglo VIII son escasísimos, no nos ha llegado ningún original de la literatura antigua griega, y muy pocos de la medieval.
La acción del copista entraña un proceso que, resumido, se inicia con la lectura y memorización de una frase del texto, que continúa con el autodictado de dicha frase, y finaliza con su transcripción a caracteres escritos sobre el soporte que tiene delante, para reiniciar a continuación la vuelta al texto para enlazar con la última palabra leída y transcrita (veremos este proceso en detalle en el segmento "El trabajo del copista"). En este proceso es bastante fácil que se deslice algún error en la transcripción, bien sea por una lectura errónea del texto a transcribir, por una memorización defectuosa del mismo que cambie o suprima alguna palabra, o por una equivocación en la transcripción. La cantidad de faltas que tenga un texto transmitido depende en gran medida del estado de la copia de la que procede; un texto que se ha copiado muchas veces tiene más probabilidades de haber ido acumulando errores en los sucesivos procesos de copia, y por el contrario, uno que se haya copiado poco conservará forzosamente un aspecto más cercano al original. Los errores proceden, además, del estado en que se ha transmitido el original, del sistema de copia, de la formación y pericia del copista e incluso de su estado de ánimo o de salud en el momento de realizar la transcripción. Los textos pueden presentar también defectos que no procedan directamente de los errores de los copistas, como las interpolaciones o añadidos de textos en el transcurso de la transmisión.
La Ecdótica o Crítica Textual tiene como objetivo restaurar los textos al estado en que tuvieron en el momento de su creación, dando nota de las posibles variantes alternativas al texto reconstruido, cuando existe duda en la reconstrucción, o las que tienen interés para conocer el estado del texto en un determinado momento.
Resulta difícil determinar la fecha de nacimiento de la Crítica textual, ya que se ha debido de practicar avant la lettre desde los comienzos de la escritura. Si limitamos nuestras pesquisas al ámbito grecolatino, nos encontramos con la plausible noticia de que Pisístrato – en el siglo VI a.C. – ordenó la confección de una copia oficial de los poemas homéricos con el fin de que fuesen recitados de una manera canónica en las fiestas panatenaicas. El afán de poseer versiones originales es, pues, una constante histórica que llega hasta nuestros días.
Pero aunque los antecedentes de esta disciplina son remotos, su metodología es relativamente moderna. Sus principales progresos datan del siglo XIX y tuvieron lugar en el ámbito de los estudios bíblicos y clásicos, en los que se hace preciso el respeto absoluto por el mensaje gráfico. El título de fundador de la Crítica textual moderna pertenece de lleno a K. Lachmann, filólogo clásico que formuló de manera clarividente la pauta a seguir. Sus estudios sobre Lucrecio marcaron un hito e inauguraron una metodología, aún parcialmente vigente, basada en sólidos cálculos científicos, gracias a los cuales pudo reconstruir la morfología y la disposición gráfica del texto en el ejemplar originario.
La Crítica textual se encuentra vinculada genéticamente con la Filología y, además, en una situación ancilar respecto de ella. Pero por su ineludible relación con otras ciencias exige de la persona que se dedica a ella una gran especialización y, al tiempo, seguir con atención las investigaciones que se llevan a cabo en terrenos fronterizos, entre ellos la Codicología.
El objetivo fundamental de la Crítica textual es, según ya hemos visto, restituir la forma genuina del original, eliminando todas las alteraciones que haya podido sufrir en el curso de la transmisión manuscrita. Para llevar a feliz término esta misión es preciso recorrer un largo y complejo itinerario, jalonado de una serie de etapas sucesivas e ineludibles, cuya meta final es la obtención de una edición crítica.
Si la de original es una noción real o física, existe otra noción esencialmente filológica que debemos tener en cuenta, que es la de arquetipo. Ya dijimos que no podemos conocer el original de la mayor parte de los textos, por lo que deberemos conformarnos en muchos casos con llegar al arquetipo, que no es ni más ni menos que el más antiguo testimonio de una tradición textual; un texto puede habérsenos transmitido por varias vías, y a cada una de ellas corresponde un arquetipo; o si, por el contrario, un texto se nos ha transmitido por una sola vía que conduce al original, este será también el arquetipo. La finalidad del trabajo del crítico textual es la de reconstruir el arquetipo, es decir, la forma del texto a que nos conducen las distintas vías de la tradición, constituidas por los manuscritos que conservamos.
La primera tarea del editor consistirá en reunir todo el material existente –tradición directa e indirecta– sobre el escrito objeto de su atención. Esta operación, denominada recensio (voz latina que encierra una idea de registro o colección) exige un meticuloso rastreo de todas las fuentes posibles, labor no siempre fácil por falta de unos catálogos que recojan la totalidad de los fondos disponibles en las distintas bibliotecas. Una vez ultimada esta etapa preliminar, sabremos el número de testes conservados. En función de este dato se diversificarán los caminos a seguir, puesto que el tratamiento varía según existan uno o más testimonios.
El trabajo se orientará de acuerdo con la naturaleza del documento. Si es un autógrafo, el editor tendrá la obligación de interpretarlo con la mayor precisión posible. A este fin procederá a la transcripción del texto, recurriendo a sus conocimientos paleográficos. Cuando la obra no esté inédita, esta operación asumirá la forma de una collatio o confrontación con una edición impresa. El término transcripción no indica una reproducción material exacta de la fuente, sino que, por el contrario, ya supone un cierto grado de interpretación (examinatio), puesto que requiere dividir correctamente las palabras, resolver las abreviaciones y poner al día los signos de puntuación. Aunque se trate de un autógrafo se pueden encontrar errores, en cuyo caso se corregirán solamente aquellas faltas que sean puramente mecánicas o fruto de la distracción, dado que la edición crítica tiene como objetivo ofrecer la obra en la forma que se aproxima más a la voluntad expresiva del autor y no bajo la fisionomía transmitida por razones exteriores a su deseo. Fuera de estos casos el crítico debe abstenerse de modificar el original.
Cuando el testimonio único no es autógrafo, entonces hay que llevar a cabo una emendatio, operación que se realizará siempre bajo el signo de una extrema prudencia y de acuerdo a las normas expuestas más abajo.
Cuando la recensio arroja la existencia de diversos testes, el iter es más complicado. La primera tarea consiste en localizar y examinar la totalidad de la tradición. Ahora bien, no todos los testimonios tienen la misma importancia, pudiéndose distinguir entre ellos el textus receptus, codex optimus y/o vetustissimus y códices plurimi. Por textus receptus se entiende la vulgata o texto difundido más generalizadamente, razón por la que a veces se le concede mayor autoridad, incluso sin tener en cuenta la calidad de tal testimonio. El codex vetustissimus es el testimonio más antiguo conservado, y el codex optimus el más prestigioso. Pero la noción del “mejor manuscrito” es imprecisa y engañosa. Siempre que haya una duda o dificultad habrá que resolverla estudiando el estado de la cuestión a través de todas las fuentes, sin tener en cuenta el grado de credibilidad de un solo ejemplar. De igual modo es erróneo basar la autenticidad de una lectura en el número de códices que la ofrecen (códices plurimi). Este hecho in influye per se: todo depende de su vinculación más o menos estrecha y fidedigna con el modelo.
El conjunto de los testes deberá ser examinado y reseñado singularmente (recensio). La descripción será somera, pero completa, sobre todo en lo que se refiere al contenido. A continuación se le atribuirá a cada uno de ellos una sigla, que habitualmente suele ser la inicial del nombre del lugar donde el testimonio se encuentra depositado. El siguiente paso es elegir un manuscrito como base, si el texto es inédito; los criterios que se tendrán en cuenta para esta opción pueden ser diversos: la corrección, la legibilidad, la accesibilidad o la integridad del ejemplar... y tras esta operación se procederá a la transcripción de la fuente elegida como manuscrito base. Si por el contrario la obra ha sido impresa, entonces se efectuará un cotejo (collatio) con la mejor edición. La confrontación de los distintos testes permitirá la obtención de las variantes sustanciales y no meramente gráficas. Cada una de ellas irá acompañada de la sigla identificadora de la fuente y precedida de un número que remitirá al verso o a la línea correspondiente en el interior del texto.
El análisis clasificatorio de los testimonios conservados descubrirá aquellos ejemplares que proceden directamente de otros. Si B presenta todos los errores evidentes de A más al menos uno propio, se puede considerar copia de A, y en consecuencia será juzgado codex descriptus, esto es, copiado, y por tanto no deberá ser tenido en cuenta para la edición. Esta operación puede no resultar tan sencilla como a primera vista parece.
Una vez terminada esta fase del trabajo, que exige del estudioso derroche de paciencia, meticulosidad, atención y don de la observación, se llega al momento más delicado y complejo: la elección de los lugares críticos (loci critici), que permitirán la clasificación de los testimonios y la determinación de sus relaciones recíprocas (classificatio). La única pista segura es dejarse guiar tan solo por las faltas evidentes e indudables, para lo cual el crítico deberá aprender el arte de reconocerlas y localizarlas. Se entiende por "error" cualquier tipo de desviación de la lección del original. Como supone una innovación respecto del texto del autor, aquel constituye una prueba irrefutable para relacionarlos distintos testimonios que nos han transmitido una obra. Su presencia marca todas las fuentes derivadas del manuscrito donde la equivocación se produjo, permitiendo así la agrupación de conjuntos o familias. A este fin son válidos solamente los errores que P. Maas (Textual Criticism, 1958) califica de significativos (Leitfehler).
La localización y enumeración de los errores significativos permite:
A partir de estos datos se podrán organizar sistemáticamente los testimonios conservados, con vistas a la reconstrucción del original. Tradicionalmente se ha utilizado el modelo del stemma codicum, constituido a imitación de los árboles genealógicos, que materializa las relaciones de derivación y de conexión existentes entre las copias transmisoras de un mismo texto, aunque en la actualidad algunos especialistas prefieren una representación de inspiración matemática basada en la teoría de conjuntos y de grafos.
Los distintos componentes del stemma son:
La finalidad perseguida con el stemma codicum es reducir los diversos testimonios a uno solo (reductio ad unum) y unificar sucesivamente el texto a partir de las diferentes versiones (restitutio textus). Ambas realizaciones nos permitirán restablecer o aproximarnos lo más posible al mensaje gráfico original (constitutio textus).
Una vez ultimadas las dos primeras fases (reductio et restitutio textus) deberemos examinar minuciosamente la totalidad de la obra para comprobar si responde a la voluntad expresiva del autor (examinatio). Esta atenta lectura dejará entrever la existencia de puntos conflictivos (loci critici). La necesidad de solucionar estos escollos, bien sean externos o internos, conduce a la fase siguiente: la emendatio.
Después que se ha fijado el canon, el editor efectuará la corrección del texto (emendatio).
Dos son los caminos a seguir: el método mecánico, de inspiración matemática, y/o el de los criterios internos, pero estos no son excluyentes entre sí, antes al contrario, deberán ser tenidos en cuenta simultáneamente en el momento de preparar la edición de una obra.
El primero consiste en servirse del propio stemma a fin de dilucidar la lectura (emendatio ope codicum o ex libro). Se basa esencialmente en la “ley de la mayoría”, cuyo principio es el siguiente: si en un cierto pasaje se encuentran dos lecciones concurrentes adiáforas (x e y), y el texto relativo se ha transmitido a través de varios testimonios (A, B, C…), el editor seguirá la lectura atestiguada mayoritariamente. Pero esta ley no se fundamenta solo en la preponderancia numérica, sino en el cálculo de probabilidades.
El procedimiento de los criterios internos requiere el iudicium del editor, y de ahí que las correcciones emanadas de esta vía reciban el nombre genérico de emendationes ope ingenii. Fundamentalmente se pueden distinguir tres: el arte de la conjetura (divinatio), el don de la elección (selectio) y el sentido de la combinación (combinatio).
El texto reconstruido se acompaña del aparato crítico, que es el conjunto de informaciones que el editor de un texto ofrece, de ordinario a pie de página, sobre las variantes de lectura que aportan los diferentes testimonios.
El aparato se dice que es positivo cuando registra la totalidad de las variantes, incluida la lección adoptada por el editor, y negativo cuando reseña solo las variantes que disienten de la que él ha elegido. Normalmente se emplea el segundo por razones de economía.
“Nueva Filología” es el término utilizado para hacer referencia a un área relativamente reciente de la teoría editorial. Consiste en un replanteamiento de la Filología, un deseo de regresar a los orígenes medievales de la Filología, a sus raíces en la cultura manuscrita, buscando minimizar lo que algunos estudiosos han percibido como una desconexión entre los estudios medievales y otros movimientos contemporáneos en metodologías cognitivas. Se puede decir que el padre de la Nueva Filología es Bernard Cerquiglini, que en 1989 en su Éloge de la variante criticó los métodos utilizados habitualmente, argumentando que la inestabilidad es un rasgo fundamental de la literatura transmitida de forma manuscrita: “los escritos medievales no producen variantes; son en sí mismos variabilidad”. La Nueva Filología adquirió carta de naturaleza entre la comunidad académica cuando un grupo de estudiosos coordinados por Stephen J. Nichols, publicaron una famosa colección de artículos en el primer número de 1990 de la revista Speculum.
Los postulados de la Nueva Filología se pueden resumir de la siguiente manera: en tanto que en el pasado los filólogos se centraban en el estudio de una obra literaria en su contexto original y tenían como objetivo fundamental reconstruir su forma auténtica (por más que esta fuese a menudo inalcanzable), los seguidores de la Nueva Filología se centran en las diferentes formas que una obra puede adquirir a través del medio y a través de los significados que las diferentes comunidades de lectores le han dado en el curso de su recepción.
Por tanto, la Nueva Filología se opone a la práctica editorial decimonónica diseñada para eliminar o al menos reducir las variantes de las distintas copias manuscritas de un texto dado y producir una edición impresa autoritativa. Su ámbito natural son las ediciones en formato de hipertexto, con su infinita capacidad para representar variantes, como el medio ideal para la textualidad medieval. Su sensibilidad hacia la génesis de los textos manuscritos medievales y su insistencia en las diferencias fundamentales que los separan de un texto moderno impreso son recordatorios útiles de las limitaciones de las prácticas editoriales tradicionales, pero la Nueva Filología ha sido criticada desde los años 90 del siglo XX por su evidente relativismo, capaz de desintegrar un texto determinado en la pluralidad de sus variantes.
En 1997 Stephen Nichols afirmó que más que “Nueva Filología”, la denominación “Filología Material” convenía mejor a la nueva disciplina. Según explica Haijo Westra (“What’s in a name: Old, New, and Material Philology, Textual Scholarship, and Ideology”), esto es una muestra de la evolución de la disciplina en dos ramas con orientaciones distintas, aunque estrechamente relacionadas, y de hecho en ciertos contextos ambos texto se utilizan indistintamente.
Por un lado, la Nueva Filología está explícitamente conectada con el postestructuralismo francés y pretende desarrollar una filología radicalmente nueva para los textos medievales, en la cual las variantes no se confrontan entre sí con la finalidad de reconstruir el texto original compuesto por el autor, sino que cada versión del texto tiene su propio status y su propio valor dentro del marco de las características materiales y del contexto social del manuscrito que contiene el texto.
La Filología Material, por otro lado, tomando en consideración el contexto material y social en que los textos fueron producidos, no ataca sin embargo el principio de la existencia del texto autoritativo producido por el autor, y de hecho en muchos casos toma este texto como punto de partida. La especial atención a la forma material del texto y al contexto social en el que este es leído conduce además a nuevas perspectivas acerca de la consideración de la relación entre el autor y su texto, así como acerca del impacto de otros agentes dentro de la esfera de la actividad literaria y de los distintos modos en que el texto se ha recibido e interpretado en el curso de su recepción.
En definitiva, puede afirmarse que, fundada sobre una metodología que está en constante evolución en cuanto a los estándares de observación y representación, la Filología Material es la disciplina que describe y valora “el material” en su complejo contexto de producción, reproducción y uso.
Para ello los filólogos materiales han asumido puntos de vista tradicionales de otras disciplinas historiográficas para investigar no solo los contextos de la recepción y de la interpretación, sino incluso otras cuestiones un tanto más abstractas como la intentio autorial, y la procedencia de la variantistica normalmente asociada con la filología tradicional.
Por ejemplo, desde perspectivas archivísticas y biblioteconómicas, está produciendo un conjunto de instrumentos muy útiles para la descripción de manuscritos, incluyendo elementos como el tamaño de la caja de escritura y el número de líneas de pautado, que son un elemento mucho más indicativo que las dimensiones totales de la página, que casi siempre ha sido recortada en algún momento posterior de la historia del manuscrito, generalmente durante un proceso de reencuadernación. En conjunción con codicólogos e historiadores del arte, la filología material ha destronado al MS Cortona 88 de su posición como uno de los pilares del stemma codicum de la edición crítica de la Divina Comedia realizada por Petrocchi, y ha derribado la artificiosa interpretación del ut pictura poesis en numerosos manuscritos iluminados, demostrando que en realidad los iluminadores seguían instrucciones en lugar de leer el texto.
En un artículo de 2007 (http://magyar-irodalom.elte.hu/colloquia/000601/cerq.htm), Cerquiglini proporciona un conjunto de definiciones de la Filología tradicional y de la Nueva Filología, y de las diferencias entre ambas. Para este fin introduce una representación tabular, donde denomina Paradigma I a la Filología tradicional y Paradigma II a la Nueva Filología:
Paradigme I | Paradigme II | |
Option critique | Autorité textuelle | Partage textuel |
Technologie | Imprimerie | Internet |
Métaphore | Arbre | Réseau |
Héros | Autour | Copiste |
Amour | Unicité | Variance |
Objet | Copie méprisée | Réception positive |
Texte comme | Essence verbale | Matérialité du codex |
Principe | Décontextualisation | Contextualisation |
But | Reconstruction | Simulation |
Méthode | Interventionnisme | Comparaison |
Résultat | Livre imprimé | Hypertexte |
Relations: | ||
1.Oralité | Écriture comme résidu | Dialectique Oral/Écrit |
2.Théorie médiévale de l’écriture | (Rien de spécial) | “Surplus de sens” |
Pasando por alto las tres primeras categorías, que están relacionadas con el uso de la informática, consideremos el Héros. Según Cerquiglini, mientras que el Paradigma I privilegia al autor original y muestra un considerable desprecio por el escriba como fuente de error y adulteración, el Paradigma II aspira a reducir la distancia entre el autor y el copista, que a veces se convierte en co-autor o editor y que de forma regular contribuye como rubricator, ilustrador y glosador, participando de esta manera en la realización del texto y su significado.
Bajo Amour, Cerquiglini contrasta el ideal de la única versión original y el disgusto e incluso aversión por la variabilidad en el Paradigma I, con la variabilidad como primer principio de escritura en la cultura manuscrita según el Paradigma II.
Bajo Objet, el Paradigma I contempla la copia manuscrita como imperfecta por definición, como una desviación del original, perfecto y único, creado por la voluntad creadora del autor, en tanto que el Paradigma II considera al manuscrito como un acto positivo de recepción, “a pesar de sus errores materiales inevitables”.
A continuación, en el Paradigma I la noción de Texte se reduce a la esencia verbal, que de este modo queda desvinculada de su soporte material, que es el códice. Al contrario, el Paradigma II insiste en la materialidad del códice como el contexto inmediato que provee al texto de significado:
El texto no escapa de la materialidad del códice; se estudia y después se edita en su contexto. Es evidente la importancia que esta filología concede al códice, una obra de arte lujosa, colectiva y esmerada, una configuración concreta del texto medieval. La filología debe hacer visible la estética literaria de la cultura manuscrita; debe mostrarse atenta al modo de significación propio del códice: la semiótica de la imagen, el discurso de la rúbrica, la expansión verbal de la glosa, etc. Inspirada por la Nouvelle Critique y la informática, la nueva filología es paradójicamente más respetuosa con la obra material en su materialidad contextual… (pp. 6-7).
En consecuencia, Décontextualisation y Contextualisation se perciben como principios diametralmente opuestos. Según Cerquiglini, el objetivo del Paradigma I es reconstruir el original perdido de la manera más exacta posible, por medio de reducir las variantes de lectura. El Paradigma II, por otra parte, aspira a “simular” la génesis, circulación, recepción y significación de las obras medievales:
Fiel al principio filológico [i.e., la comprensión de los textos], el nuevo paradigma toma debida cuenta del códice (digitalización), su funcionamiento (relación entre texto, imagen y paratexto), su recepción (relación con otros manuscritos, demostración de las secuencias textuales que tienen variantes), y el significado que provee… Auxiliada por medios electrónicos, una edición concebida en el espíritu de la nueva filología debe estimular al conocimiento y al placer… (p. 7).
En termino de Méthode, el Paradigma I es intervencionista, con el editor cambiando a veces una lectura y casi siempre subrepticiamente normalizando el texto, según Cerquiglini, porque en su omnisciencia el editor cree comprender el texto mejor que el copista. El paradigma II no privilegia la jerarquía de copias –presumiblemente el stemma codicum; cada lectura es una solución única, “cuya validez puede ser ciertamente evaluada”. Y finalmente, bajo Résultat, el Paradimga II concibe la edición en hipertexto como la expresión ideal de la textualidad medieval, liberada del corsé del libro impreso que solo puede suministrar un único texto, supuestamente autoritativo, pero que Cerquiglini iguala a cualquier otra de las versiones realizadas por los copistas a lo largo de la historia del texto.